Nietzsche, el filósofo más influyente de su siglo, saludaba a la guerra con un espíritu entre demencial y orgiástico: “¿Una buena causa justifica la guerra? Es una buena guerra la que justifica cualquier causa”. Jenofonte, en cambio, que supo de primera mano los quebrantos que traen las luchas fratricidas, aconsejaba evitarlas: “La obediencia voluntaria siempre es mejor que la forzada”. En el duelo (a muerte súbita) que en junio enfrentará a Susana Díaz y a Juan Espadas, la destronada reina absolutista de Andalucía y el embajador circunstancial elegido por la Moncloa para poner término al peronismo rociero que durante un lustro encarnó la expresidenta, parecen enfrentarse dos concepciones dispares de la existencia. Decimos parece porque, en realidad, la cosa no es exactamente así. O no por completo. Díaz y Espadas, los dos candidatos con opciones reales de ganar esta batalla a primera sangre, o en su defecto dirimirla mediante una segunda vuelta, una hipótesis muy probable, en el fondo no son antagonistas, sino criaturas complementarias. Tampoco pueden ser considerados rivales, aunque su pulso público sobre la arena del Circus Maximus así lo escenifique. Son dos caras de una misma moneda: el metal (adulterado) del PSOE en Andalucía, donde cada tribu se enfrenta al clan vecino con idéntico objetivo: usar el poder para ser primus inter pares.
Los Cuadernos del Sur en La Vanguardia.
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