Una república próspera se caracteriza por tener estrictamente las leyes necesarias. Ni más, ni menos. No es nuestro caso: el Estado autonómico, por naturaleza, incumple esta máxima al convertir el espacio público en una sucesión de barreras mentales, aunque ya no existan las fronteras geográficas. El coronavirus está intensificando esta herencia nefasta: el mando único de esta crisis múltiple -Moncloa- ordena una cosa, los gobiernos regionales hacen otra distinta y, cuando ambos ponen en común sus decisiones, quedamos atrapados en el eterno conflicto de aldeanos cerriles que nos define como sociedad. Esta forma de organizarse era una molestia que nos salía carísima. Ahora sabemos que cuesta vidas. Las nuestras.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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