Andalucía se ha convertido en el campo de pruebas de la política nacional. Un laboratorio que sirve a las élites para confirmar sobre el terreno los sondeos electorales y analizar tendencias. Y una condena recurrente para sus ciudadanos, que son convocados por intereses partidarios a unas urnas que no van a arreglar ni uno de los problemas estructurales de la región, empezando por el paro, siguiendo por la precarización y continuando por la dependencia y la pobreza. Tres años después, la historia se repite. Si en 2015 el Sur fue el primer territorio donde se libró el pulso entre el bipartidismo decadente –PSOE-PP– y las entonces fuerzas emergentes (Podemos y Cs), que parecían llegar para abrir una nueva etapa en la democracia española, probablemente dentro de unos meses de Andalucía salga también la foto del nuevo mapa político, condicionado por la ausencia de mayorías y la fragmentación parlamentaria.
Los Aguafuertes del lunes en Crónica Global.
Deja una respuesta