Lo primero que hace un político indígena cuando llega a un cargo público, por supuesto gracias al divino dedo de Su Peronísima, dueña omnipotente de la suerte de todas sus huestes, es comprarse un traje. Entallado, discreto, sin alharacas. Un terno que transmita seriedad, eficacia y prudencia, probablemente tres cualidades que hasta entonces no ha visto en su vida (orgánica) ni por el forro. El prócer (en potencia) cree firmemente en la máxima antigua: el hábito no hace al monje, pero lo contribuye. Un político sin traje y corbata no parece ser un buen político, suponiendo que tal categoría exista. Y mucho menos en la República Indígena, donde a Ella le gusta (bastante) que sus colaboradores transmitan la cara más amable del susanato con corbatas alegres y sonrisas constantes. El lado oscuro del poder debe camuflarse con simpatía full.
Retrato de alcalde con traje
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