Desde que Josep Pla hizo suya la famosa frase de Montaigne –“La vie est ondoyante”– no habíamos visto un ceremonial de oscilaciones de criterio tan mayúsculo. Primero digo esto, después hago lo contrario. La absolutísima (mayoría) permite estas cosas y algunas más que vienen de camino, como añadirle el adjetivo azurro a la economía. El Reverendísimo, antes de posar en ese mítico contrapicado de televisión en el que se le veía pletórico, bajando (con Su Señora, como dicen los costumbristas de sacristía) las escalinatas del Quirinale, que es lo más parecido al Palacio de Schönbrunn que existe en la Marisma, había prometido conformar un gabinete “de gestión” con perfiles políticos contados y “muy centrado” en la economía. Mientras el parvulario seguía el señuelo, lo que se ha cocinado entre Génova y San Telmo –“cartas iban y venían desde Sevilla a Madrid” (sin pasar por Londres)– es otra cosa muy distinta. Un gobierno que, en lugar de reformista, que eso no lo hemos visto en la República Indígena nunca, es orgánico.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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