Una de las agrias certezas que ha instalado entre nosotros la pandemia es que el viejo mundo de las posiciones maximalistas ha muerto. Kaputt. Desde que comenzara esta pesadilla hemos visto, oído y presenciado un sinfín de episodios en los que nuestros próceres proclaman una cosa –categóricamente, por supuesto– y hacen justo la contraria, se enmiendan a sí mismos (negando sus desmentidos) o perjuran no haber dicho jamás lo que momentos antes enunciaron. Si fuéramos piadosos, que es nuestro estado natural, diríamos lo de Billy Wilder: “Nobody´s perfect”. Resulta imposible: los sublimes interruptus son constantes. Tenemos, sin ir más lejos, el ilustrativo caso del Adelantado Marín, envidia de las academias, que estos días decía –en contra de la ley– que no llevar a los niños al colegio es “un derecho” y matizar, pasadas horas veinticuatro, que se refería sólo a la educación no obligatoria. Ya.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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