Lo mejor que puede hacer un político por la educación pública es abstenerse de pisar una escuela. Los institutos y los colegios, en términos civiles, deberían ser espacios sagrados donde se enseñe a pensar con libertad y se practique el sentido crítico -el derecho a cuestionarlo todo mediante la argumentación racional- sin caer en la tentación, inherente a cualquier poder terrestre, de adoctrinar a los que espera que, antes o después, se conviertan en sus súbditos. La polémica por la implantación del pin parental, desatada como preámbulo de la legislatura polarizada y conflictiva que nos espera, en la que se van a librar batallas que ya parecían superadas pero que ahora se reavivan por intereses partidarios, ha provocado una grieta (política) en el Gobierno de la Marisma. Su dimensión exacta todavía es incierta.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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