La salud de una democracia, a veces, es una pura cuestión de laringe. Manuel Chaves, el histórico presidente de la Junta de Andalucía, cuya efigie tras casi dos décadas de poder omnímodo ha adquirido una inexpresividad románica, casi hierática, igual que las estatuas de los próceres decimonónicos, compareció ayer en el juicio de los ERE durante más de tres horas entre una sinfonía de toses -propias y ajenas- que mostraban su incomodidad (genética) por tener que dar explicaciones sobre sus decisiones políticas. Nunca quiso verse en tal trance y allí estaba. Obligado, molesto y dispuesto, exactamente igual que su sucesor, José Antonio Griñán, a exculparse absolutamente de todo. Sin excepciones.
Una crónica para El Mundo.
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