El poder, que es un monstruo con múltiples máscaras y aficionado a los simulacros, se nos aparece, a pesar del paso de los siglos, como una extraña y perdurable variante de la religión. Igual que ella, promete conducirnos a la salvación, pero su génesis remite a un antiguo, y diríamos que infantil, sentimiento de impotencia. Del mismo modo que los hombres, a través de las construcciones culturales, hemos inventado creencias para intentar vencer –al menos metafóricamente– la única certeza de la vida, que es la muerte, la política, reducida a su esqueleto, pudiera no ser más que una fábula jubilosa que asegura ser capaz de lograr lo que nunca ha conseguido. Un sortilegio que históricamente ha tenido una indudable fortuna. No es por tanto extraño que con frecuencia conduzca al desengaño y a la decepción, aunque quien experimenta ambos quebrantos ha cometido antes un error achacable únicamente a sí mismo: haberse dejado engañar.
Las Disidencias en #LetraGlobal.
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