«Todo el hombre es mentira por cualquier parte que lo examinéis, si no es que, ignorante como tú, crea en las apariencias». Lo escribe Quevedo, satírico ejemplar del Siglo de Oro, en El mundo de por dentro, donde afirma: «la hipocresía es la calle con la que empieza y acabará el mundo». Es sabido que el señor de la Torre de Juan Abad, preso en San Marcos por escribir un libelo contra un Grande de España, no tenía en alta estima a las instituciones de su tiempo, especialmente a la Justicia. No parece sin embargo recordarse la causa real de tal opinión: la experiencia personal. En este país, históricamente, los jueces no gozan del aprecio popular, sobre todo por parte de aquellos que tuvieron pleitos y no los contestaron o saben de antemano que los van a perder sin remedio. Parece natural, pero no lo es: que los tribunales, el último recurso de los débiles ante los fuertes, se vean contaminados por los tratos de la política nos retrata como una sociedad donde lo importante no es tener la razón, sino que parezca que no la tiene nadie para que, al cabo, las cosas terminen sin responsables ciertos.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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