El momento tenía que llegar. Era inevitable: Su Peronísima ha descubierto que el futuro -de los demás- está en manos de la robótica, la gran revolución tecnológica que va a transformar nuestras vidas. Tanto la de quienes todavía conservan su empleo como la de aquellos que lo perdieron en el último naufragio. La Reina (de la Marisma) lleva semanas hablando de la cuestión. El asunto le interesa mucho. De hecho, tanto sus intervenciones públicas como su idea de la lealtad política -llámenla ustedes sumisión- se parecen bastante, diríamos que incluso en exceso, a lo que haría un androide. Para gustarle a la Querida Presidenta hay que ser como un programa informático y asentir con la cabeza en una repetición infinita. Basta ver una sesión de Parlamento indígena, donde los aplausos del grupo socialista hacia su persona siempre le parecen insuficientes, para hacerse una idea cabal del papel que -si gana las primarias- otorgaría a las bases: convertirse en replicantes. Que la gente participe en las decisiones del partido en el que militan le parece una degeneración asamblearia.
Las Crónicas Indígenas del sábado en El Mundo.
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