Convendría poner en cuarentena el lugar común que acostumbra a asociar el porvenir de las patrias con el ejercicio del derecho o la educación. Estamos gobernados por abogados y maestros que, en realidad, en el fondo no son ninguna de ambas cosas, sino políticos cuya máxima aspiración es convertirse en padres de la patria. Un estudio de la UPO nos ha desvelado esta semana que el perfil medio de nuestros representantes políticos abunda en profesores de escuela, docentes y juristas más o menos versados en la carrera de leyes. Vivimos en una autonomía regida por profesionales, se dirá.
Andalucía
El sentido de culpa
La cosa aburre. Llevamos años oyendo la misma cantinela sin que sirva para nada, excepto para buscar excusas con las que poder disfrazar la incapacidad sostenida en el tiempo. Esta semana el alcalde Zoido (Juan Ignacio) ha vuelto a acusar a la Junta de Andalucía de poner freno a sus proyectos, con independencia de cuál sea su naturaleza. Lo de siempre: el PSOE pone arena en los engranajes municipales; suponiendo, claro está, que haya engranajes. Yo no lo daría por seguro. El alcalde lleva así desde el mismo momento en que llegó a la Alcaldía, hace ya dos años largos.
Palabra de Zoido
“Los que tienen almibarada la lengua, váyanse a lamer con ella la grandeza estúpida y doblen los goznes de sus rodillas donde la lisonja encuentre galardón”.
William Shakespeare. Hamlet.
Poner la voz, el talento (si lo hubiere) o la inteligencia al servicio de una causa, aunque ésta pueda ser equivocada, al contrario de lo que se dice en Sevilla, es un acto noble. Honrado. Sobre todo si el compromiso es voluntario y nace como consecuencia de la convicción, no del interés. En la vida, donde casi todas las guerras están perdidas de antemano, sólo puede aspirarse a hacer aquello que se crea correcto, sin preocuparse por lo que pensarán, dirán y harán aquellos que no compartan tu mismo punto de vista. Si uno sabe realmente quién es, también sabe el motivo por el cual hace determinadas cuestiones. Tal certeza no es un consuelo: no ayuda a triunfar, más bien al contrario, pero al menos funciona como un antídoto eficaz frente a la peor traición que existe, que es la que uno puede cometer contra sí mismo.
El negocio de la desgracia
Cicerón, maestro de la oratoria latina, decía que la verdad se corrompe de dos formas: con la mentira y con el silencio. En el rosario de miserias que emergen estos días de la instrucción judicial del escándalo de los ERES en Andalucía, cuyo epicentro está en Sevilla, nunca el silencio y las mentiras han retumbado tanto en nuestros oídos. A la larga lista de intuiciones –presuntas– que hasta ahora nos habían deparado las diferentes piezas del caso se suma ahora la certeza de que todos estos hechos, lejos de ser meras anécdotas, conforman toda una categoría cuyo rango moral es igual a cero. Lo grave del escándalo de los ERES no es sólo el clientelismo, el tráfico de influencias, los excesos cometidos por sus principales protagonistas o el desprecio a la ley y al sentido común que demuestran muchos de los que la juez Alaya está enviando –con indicios verosímiles– a la cárcel. Lo trascendente es cómo, con todos estos ingredientes en el guiso del desconcierto, la ceremonia de la inmoralidad ha llegado a convertirse en un mecanismo casi perfecto, un sistema –depurado, incluso– que se nutre de la desgracia ajena para generar un inmenso negocio.
La cabeza fuera del agua
La vida es como una antigua cinta de cassette. Se llena de polvo, suena mal y, en ocasiones, sobre todo a medida que discurre el tiempo, se sale de sus propios ejes, desparramándose. Y, sin embargo, encierra en su interior algunos tesoros que nos han hecho seguir adelante. En el acelerado proceso de rebobinado al que la crisis actual nos está sometiendo a todos, que es bastante parecido a lo que hacíamos cuando queríamos escuchar otra vez una canción y el mundo todavía era analógico –nunca dejará de serlo, en realidad–, estamos viendo determinadas escenas que, desgraciadamente, se parecen demasiado a la vida de nuestros padres. Incluso de nuestros abuelos.