La literatura de la reduplicación consonante y de los nombres con misterio latino. Onetti muerto y Benedetti más vivo que nunca. Sobre todo por dos de sus infinitos libros: el Inventario y los Cuentos Completos que editó Alfaguara. El poeta, que firmaba con un nombre tan candoroso como Mario, encarna a un tipo de escritor que se prodiga poco en estos tiempos por la república de las letras, poblada de autores con un afán de protagonismo superlativo –el ego es necesario, aunque acaso no tanto– que, en las entrevistas firmadas por ellos, ocupan más espacio que sus invitados. A algunos periodistas también les pasa.
Literatura
Algunos consejos contra el Sistema
Agustín García Calvo escribió un libro, a trozos, en artículos de periódico, sobre la sociedad del bienestar, esa entelequia de fin de siglo que políticos, tecnócratas y adláteres a sueldo se han encargado de publicitar para justificar una política que llaman liberal sin serlo. La temática de este artículo no es, sin embargo, política. Su intención es crítica: pretende describir la forma, el estilo, el alma del libro, casi un opúsculo, del que fuera catedrático de Clásicas en la Hispalense. Uno se quedó sin conocer su magisterio por edad y porque en su etapa académica no existía ya la Facultad de Letras, rebautizada con el nombre de Filología. No importa demasiado: la forma nos conducirá al contenido.
La vida, esa piedra desgastada
El reúma de Onetti, probablemente mucho más intenso desde aquel día que decidió dar un enorme corte de mangas al mundo y recluirse (ma non troppo) en su cama, al calor de las mantas, terminó siendo una patología fecunda. El escritor uruguayo escribió desde entonces tumbado en un colchón, lento y a mano. Todo lo contrario a determinados escribanos actuales, que trabajan en serie y sólo buscan la plata –vos lo sabés, ché– que dejan las ventas, cada vez más menguantes en estos tiempos inciertos, de sus escritos. Onetti no sabía ni un número de la comercialización de los libros. Eso se lo dejaba a sus agentes y editores. Ambos le engañaban, por supuesto. Onetti sólo pensaba en el tabaco, el whisky y en Santa María, el territorio narrativo que nace en La vida breve e inunda los Cuentos Completos que publicó la Alfaguara de antes de la debacle.
Aniversario
De Julio Cortázar se dice que es un escritor deslumbrante. Es verdad. De lo mejor del pasado siglo. Es cierto. La mayoría de estos juicios no corren riesgo alguno: se pronuncian al calor del aniversario (que toque) de su muerte, cuando los periódicos y las televisiones dedican algunas páginas interiores, algunos minutos al final de un telediario quizás, a evocar con los habituales lugares comunes al autor de Rayuela. Recuerdan su biografía, añoran los fríos del París que eligió como destino para soportar el infinito peso de la vida. Lo recrean en sus amores y compromisos políticos. Cortázar, sin embargo, hace mucho tiempo que rompió el estricto encadenamiento de los escritores sudamericanos del boom, aquel viento que sacó de las redacciones a García Márquez, de la radio a Vargas Llosa y convirtió a su generación en paradigma de la literatura moderna en español.
El canon de fuego
Los poetas, como ocurre en casi todas las familias maltratas, acostumbran a hacer de sus controversias cuestiones de fe. Tienen una doctrina marcada a sangre: hablar siempre de sí mismos, de sus allegados, de sus amigos. De toda la fauna que pulula a su alrededor. Para eso son poetas. Un poeta, cualquier poeta, siempre se considerará el centro del arte de su tiempo o, en su defecto, de su ciudad. Es algo inevitable: no existe el poeta humilde. La historia de la literatura lo confirma, entre otras cosas, en relación a la (eterna) discusión sobre cuál es la mejor técnica para componer versos. Horacio o Víctor Hugo. Entre ambos anda la cosa.