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Literatura

Borges, instantes de vida

carlosmarmol · 29 agosto, 2020 · Deja un comentario

Borges, el otro, como escribiría con su inteligente ironía el gran escritor argentino, le confesó a Soler Serrano, en una de sus últimas entrevistas crepusculares, que la mañana previa a su encuentro había soñado que se moría y que, en ese instante, al despertar de tan terrible sueño, sintió una inefable felicidad. El entrevistador, descolocado por la confesión, improvisa: “Será porque se trataba de una pesadilla, ¿no?”. Borges niega la mayor y precisa que su alivio procedía de la indudable certeza del sueño, de la presencia de una muerte inminente. Soler Serrano le pide entonces que formule un epitafio, un testamento de urgencia. El escritor argentino responde: “Olvídense de Borges y lean a otros, a mis superiores”. Treinta y cuatro años después de su muerte, tan elegante como su literatura, el consejo del poeta y prosista argentino, cosmopolita sin apuro, enemigo declarado del nacionalismo y del peronismo en cualquiera de sus infinitas formas, confeso anarquista spenceriano, no ha tenido la misma fortuna que su obra. Todos seguimos hablando de él, evocándolo, recordándolo mediante esa especie de victoria efímera frente a la muerte que es la posteridad. Borges vive. Está. Permanece. Es leído y admirado. Ha vencido a las ruinas circulares del calendario y comparece ante nuestros ojos de cuerpo entero. En sus libros y en el extendido recuerdo.

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Menéndez Salmón, memorias y devastación

carlosmarmol · 22 agosto, 2020 · Deja un comentario

Lo descubrimos tarde y casi siempre con sorpresa. La muerte, tan temida, es un asunto esencialmente prosaico. Vulgar. Nos pasamos toda la vida cavilando sobre su trascendencia, imaginándonosla como un gran misterio, amplificando lo que tiene de irremediable y, cuando llega, con su inconsciencia blanca, apenas si se manifiesta. Pasa como un suspiro o un silencio sostenido. Como un tiempo exacto que se detiene para siempre. Un non plus ultra sin épica, ni versos, ni música. Quien la probó (en la figura de los demás) lo sabe: morirse es una mala costumbre y, como tal, acontece igual que un instante perdido en el calendario, sin hacer excesivo ruido, pero emitiendo al mismo tiempo un silente grito prehistórico. De este descubrimiento versa No entres dócilmente en esa noche quieta (Seix Barral), las memorias que el escritor Ricardo Menéndez Salmón ha escrito –en su madurez– sobre su relación como hijo con su padre, que es, en el fondo una descripción particular, pero también universal, de los sentimientos que quien sobrevive siente por aquellos que antes habitaban entre nosotros, aquellos que durante décadas fueron nosotros sin serlo por completo. Una historia triste sobre esas ambiguas relaciones entre un progenitor concreto y su descendencia.

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De Maistre, absolutismo e impertinencia

carlosmarmol · 15 agosto, 2020 · Deja un comentario

“El estilo define al hombre”, escribió Georges-Louis Leclerc, conde de Buffon, en una disertación pública tras haber sido nombrado uno de los cuarenta inmortales de la Academia Francesa. La frase hizo fortuna y, desde entonces, se repite como una fórmula matemática, tan indudable como exacta. Algo de cierto hay. Veamos un caso práctico:

“¿Es realmente una desgracia tener conocidos en vez de amigos? Gran error. ¿Qué es un amigo? Lo más inútil del mundo para la fortuna. Para empezar, nunca se tiene más de uno y siempre es el mismo; lo mismo valdría para un matrimonio. No hay nada que sea más útil que los conocidos: se pueden tener muchos y, cuanto más se tengan, más se multiplican las posibilidades en cuanto a su utilidad (…) Todo se reduce a conocer a un gran número de hombres. Jueguen mucho para que se les pueda ver mucho. El resto de los medios son menores en comparación». 

¿Qué personalidad se oculta tras semejante afirmación? ¿Es la voz de un cínico que revela la impostura (y la utilidad) de las relaciones sociales o se trata acaso de una naturaleza sincera hasta la brutalidad? ¿Nos habla un loco o un cuerdo? Diríamos que la frase representa a una personalidad que encarna ambas cosas al mismo tiempo.

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Marsé, el último gran deicida

carlosmarmol · 9 agosto, 2020 · Deja un comentario

Juan Marsé (1933-2020) escribía novelas y relatos pero, en contra de lo que acostumbra a decirse, lo hacía como un poeta. Un poeta extraño. Alguien que no se consideraba tal, de igual manera que rechazaba, incluso de forma violenta, la ridícula condición de intelectual y todas las asociaciones y tópicos sobre el arte literario. Él no perseguía instaurar un ritmo al construir una frase y, desde luego, no parecía ser aficionado a componer versos o regodearse en lirismos, aunque en sus libros –si los leemos con detenimiento– subyace, como un sustrato milagroso, uno de los rasgos que definen a la poesía moderna: la construcción mediante palabras de un universo vivencial particular. Suele decirse, y en su momento lo escribió Vargas Llosa en el extraordinario ensayo que dedicó a la obra de Gabriel García Márquez–Historia de un deicidio (Barral Editores)– que un novelista es un asesino de ídolos sagrados. Alguien que suplanta a Dios para reemplazarlo mediante la creación de criaturas y geografías imaginarias. “Escribir novelas es un acto de rebelión contra la realidad, que es la creación de Dios”.

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Montaigne, la caballería del escepticismo

carlosmarmol · 2 agosto, 2020 · Deja un comentario

Michel de Montaigne (1533-1592) ha pasado a la historia con un nombre falso y gracias a una maravillosa confusión que lo sitúa como uno de los grandes escritores de su tiempo. Ambas cosas son ciertas y, al tiempo, relativas. Esto es: ambiguas. Su rúbrica, asociada a la heredad de su propio linaje, una familia de comerciantes de pescado y vino de Burdeosennoblecida, con castillo, servidumbre y una indiscutible vocación política–el escritor fue parlamentario y alcalde de su ciudad entre 1581 y 1585–, es el nombre de su predio particular. Su apellido real era Eyquem. En cuanto a su condición de hombre de letras –en apariencia indudable– habría que recordar, aunque todavía sea cosa de asombro, que el propio autor nunca se consideró tal. No fue un hacedor de libros, sino un glorioso diletante que dedicó los veinte últimos años de su vida a una única obra cuyo título se formula en plural: los Ensayos. Una confesión en primera persona escrita en la intimidad, y en silencio, que logra hablar de la humanidad a partir de una experiencia individual, creando con palabras una visión del universo –llámenle vida, si prefieren ser prosaicos– construida desde lo concreto.

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Ilustraciones: Daniel Rosell