El periodismo gonzo, la forma de narrar la actualidad creada por Hunter S. Thompson gracias a la inmersión del cronista dentro de los hechos, tolera la utilización de la exageración y la distorsión como fórmulas válidas para explicar la realidad. Thompson las ensayó en varios reportajes, especialmente en Miedo y asco en Las Vegas, un relato –hecho después película–sobre la cultura de las drogas de principios de los setenta. Si aplicamos su fórmula a la crisis multitarea del coronavirus, que es sanitaria, pero también política, social y económica, encontraremos que el presente en el que vive España desde hace una semana es una distopía perfecta donde lo extraordinario –las muertes, el confinamiento general, la ruina– conviven sin estorbarse. Relevándose en la tarea de destruir el frágil mundo en el que habitábamos.
Política
El cielo sobre nuestras cabezas
El vacío que causa la muerte -esa hipótesis que no queremos que se convierta en realidad- y la incertidumbre que provoca la enfermedad, tan extendida ahora que apocalipsis consiste en añorar la rutina, nos arroja interrogantes. Sobre todo dos: ¿Tenemos realmente un Estado del Bienestar? ¿Son las autonomías eficaces a la hora de protegernos frente al desamparo? La respuesta a ambas cuestiones es el relativismo. Depende. De esta crisis, que afecta a la salud pública, pero también a muchas de las certezas en las que hasta ahora creíamos, dependerá la consideración social del sistema público de salud y la supervivencia del deficiente servicio de atención a los dependientes, el gran grupo de riesgo ante el coronavirus.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
El naufragio de España
Inmersos ya en el estado de alerta, que en realidad es de excepción, el súbito apocalipsis del coronavirus arroja algunas enseñanzas sobre el trasfondo de la perpetua anomalía política española. Por fortuna, muchas no coinciden con la actitud individual de buena parte de los ciudadanos. La conclusión esencial es devastadora: la España oficial no ha sabido –o no ha querido– adoptar las decisiones preventivas que eran a todas luces necesarias para impedir la actual situación de pánico social. Una larga cadena de ignorancias, caprichos, improvisación, egoísmos y falta de realismo nos ha conducido al punto exacto en el que nos encontramos: un confinamiento colectivo marcial, un auténtico apagón general, casi la muerte social. A pesar de ser un hecho extraordinario, no podemos decir que se trate de una patología nueva: la arquitectura de nuestro desconcierto tiene cimientos profundos, consolidados durante décadas por una insolidaridad política cuyo reflejo es la eterna disputa territorial. España es un gran carajal. Ahora que casi todos nos encontramos encerrados entre cuatro paredes, como aconsejaba Pascal, se percibe de forma nítida. Tenemos un Gobierno incapaz de enfrentarse a situaciones de urgencia, visiblemente dividido entre los obsesos del márketing político y los doctrinarios de salón, y 17 comunidades autónomas que creen ser, en mayor o menor medida, sujetos soberanos propios. Al mismo tiempo, una parte nada despreciable de la población no cree en ningún proyecto colectivo, a excepción de su bienestar o el de su tribu. La pandemia, mientras tanto, sigue cobrándose vidas, sometiendo a muchísima gente a sacrificios dolorosos y extendiendo el miedo a la misma velocidad que la desconfianza.
Los Aguafuertes en Crónica Global.
El pánico a decidir
Uno de los fenómenos más asombrosos de la política indígena es la contradicción. Está por todos lados. Políticos que no saben expresarse –de escribir, ni hablamos– construyen un relato para alcanzar o mantenerse en el poder y, una vez en la cúspide, aunque sea por carambola, como el Reverendísimo Bonilla, de pronto encaran el día en el que deben adoptar una decisión. Entonces les fallan las piernas –mientras proclaman que no les temblará el pulso– y deciden esperar, no apresurarse, ir viendo. Y deciden seguir esperando para, a continuación, esperar aún más. Es el bucle de los que quieren ser famosos sin responsabilidad. Un clásico. Lo estamos viendo con la crisis del coronavirus en la Marisma, medio acuático y, por tanto, inquietante, donde vamos tarde y, como es habitual, a rastras. ¿Por qué? Es sencillo: porque nuestros gobernantes tienen pánico a decidir algo si las consecuencias son impopulares o tienen coste. Ellos no creen en la prevención, sino en la improvisación. ¿Cómo calificar si no el gobierno del escabeche se reúna en un gabinete de crisis un miércoles y, apenas un día después, tenga que volver a hacerlo para autoenmendarse y aprobar lo que 24 horas antes no se atrevía a hacer? Realismo mágico, desde luego, no es.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
Coronavirus y populismo
“Todas las desgracias de los hombres se deben a no hablar claro”, escribió Camus en La peste, cuyas ventas han aumentado estos días en proporción similar a la extensión de la pandemia del coronavirus, que ya ha modificado nuestras costumbres y amenaza con derivar en una crisis sanitaria y económica que probablemente cambiará la Europa post-Brexit. La epidemia aumenta en función de la tardanza de los responsables políticos en reaccionar. Al temor social, comprensible por la ausencia de un centro político de decisión único, se suma en esta ocasión el pánico de los gobernantes a tomar decisiones preventivas por su supuesta impopularidad. En el Sur de España, que a su vez es el Mediodía de Europa, el fenómeno adquiere rasgos sorprendentes: nadie se había tomado la molestia de articular una respuesta preventiva ante un desafío sanitario que va a poner a prueba el sistema público de salud –muy deteriorado tras un lustro de recortes– y afecta ya a los dos principales motores económicos de Andalucía: el consumo y el turismo. El Gobierno autonómico estaba en otra cosa: el mismo día en el que los acontecimientos daban un giro (a peor) en la extensión de la epidemia, seis consejeros de la Junta presentaban en sociedad un decreto cuyo fin –según la versión oficial– es reducir la burocracia y liberalizar al máximo la economía del Sur, entre otras medidas prescindiendo de los controles sobre la actividad urbanística y liberalizando la actividad comercial, ligada, en territorios como Málaga, a la importante afluencia turística.
Los Cuadernos del Sur en La Vanguardia.
