Se trata de una epidemia. Probablemente sin cura ni tratamiento posible. Así que más vale que, igual que en los tiempos pretéritos de la dictadura los problemas de escasez y de hambre se justificaban, como cuenta Miguel Ángel del Arco en su compendium histórico sobre La hambruna española (Crítica), culpando a la “pertinaz sequía” de todo, ahora cabe decir –y de hecho decimos– que la transformación de la gestión política en un nuevo género de la literatura de ficción ya no tiene vuelta atrás. La enfermedad es crónica y su narrativa, irónica. No hay día en que nuestros gobernantes –que no gobiernan, mayormente posan– no nos deleiten con un sinfín de videos en internet con actos, eventos, iniciativas colosales, foros, diálogos, mesas de debate y otras zarandajas para comunicar –que es el nombre que ahora dan a la propaganda– sus inquietudes, intereses y esfuerzos en favor de la Nación –léase Estado, si lo prefieren– o nos retransmitan hasta su intimidad. No quedan horas libres en su agenda –el último verbo-tendencia en los ámbitos gubernamentales y empresariales es agendar– para tanto relato. Falsísimo, por supuesto.
Los Aguafuertes en Crónica Global.
