“No hagas muchas pragmáticas; y si las hicieres, procura que sean buenas y, sobre todo, que se guarden y se cumplan”. El excelente consejo que don Quijote, ese demente maravilloso, da por escrito a Sancho Panza, su escudero, cuando adquiere la condición –tan anhelada– de gobernador de la Ínsula Barataria (Capítulo 51 de la Segunda Parte), no lo ha seguido casi nadie en España. Muestra de lo lejos que estamos del sentido común y prueba (irrefutable) de cómo la obstinación por convertir este viejo país en una ensaladilla de nacionalidades acaba lesionando los derechos fundamentales de la gente, en bastantes ocasiones con su aplauso decidido y, lo que es todavía más llamativo, incluso con su propio voto. Es una paradoja ibérica. Porque no deja de ser una ironía del destino que aquellos que postulan la ficción de la España Plurinacional lamenten a continuación, sin rubor, las graves dificultades que abundantes capas de la población –sobre todo los más jóvenes y muchos que han dejado de serlo– tienen para comprar una vivienda o alquilar un piso. Tener un techo se ha convertido en una misión imposible en esta España cuyo gobierno no puede gobernar –porque no ganó las elecciones y sólo ha sido capaz de articular una mayoría parlamentaria para la investidura– y, según auguran algunas crónicas, puede terminar derrumbando al Ejecutivo en cuanto se vuelvan a abrir las urnas.
Los Aguafuertes en Crónica Global.