La gran diferencia entre un historiador y un periodista, además de la formación, que en el primer caso suele ser académica y en el segundo sencillamente silvestre, es que el primero estudia los hechos del pasado con la seguridad de que no van a volver a repetirse, entre otras cosas porque sus protagonistas suelen estar muertos. El periodista, en cambio, opera sobre un presente en marcha que no deja de cambiar –aunque sea para no moverse del sitio– y cuyos personajes no sólo respiran, sino que en algunos casos pueden dejarle directamente sin aliento. Cuando un periodista se sienta a escribir, lo que tiene es un material pasajero, casual, sin orden y cuya perdurabilidad es un misterio. Por eso el buen periodismo es siempre un work in progress que consiste en poner orden al caos antes del cierre (mortal) de la edición.
Las Disidencias del martes en #LetraGlobal
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