En periodismo, que es una de las formas de la literatura prosaica, no hay más que dos géneros: la entrevista y la crónica. Todos lo demás, incluso el celebérrimo reportaje, que no es más que una crónica extensa y profunda, son variaciones sobre estas dos formas básicas de contar historias. No hay más. Si acaso, menos: porque una entrevista, en el fondo, no es más que el artificio retórico que se construye con una parte del material de trabajo de una buena crónica, un género tan flexible y abierto como en su momento fue la novela, cuya relevancia social –a pesar de ser todavía el corazón de la industria editorial– es bastante relativa. Esto explica que la muerte de Tom Wolfe (Virginia, 1931-New York, 2018), el padre del nuevo periodismo, que en realidad no era tal, se haya leído en clave de endecha generacional. Ya saben: un sinfín de artículos de ilustres colegas, unos más brillantes que otros, elogiando las extraordinarias cualidades periodísticas de Wolfe, el maestro ecuménico.
Las Disidencias del martes en #LetraGlobal
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