El grado de madurez de las instituciones políticas depende de la ausencia de caudillismo -eso que algunos próceres llaman tener un «líder fuerte»- y de la eficacia de las administraciones. Si somos sinceros, cosa que en periodismo es una obligación, aunque en política haya quien todavía lo considere un defecto, podríamos concluir que nuestra República Indígena no anda nada falta de absolutismo, aunque sea en su variante maternalista, ni es un ejemplo a seguir en términos de gestión. La prueba es el discretísimo resultado de la iniciativa, vendida en su día a bombo y platillo, para recuperar el dinero público perdido en los dos grandes casos de corrupción de la Andalucía reciente: los ERE y la formación. Del total de fondos idos por las cañerías de los negocios de nuestras particulares élites indígenas (1.034 millones de euros) apenas se han reintegrado 16,5. Un 1,5%. Todo un éxito.
Las Crónicas Indígenas del sábado en El Mundo.
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