Dos años después, tras esfumarse el sueño de optar a una imposible sucesión en el Quirinale de San Telmo, que era la deseada carta secreta, Juan Espadas, el actual, ha descubierto que los votos que le hicieron alcalde sin tener que pagar demasiados costes no eran gratis. Ha tardado en comprenderlo: nada es gratis en esta vida. Especialmente en política. Los costumbristas, que se tiraron años ridiculizándolo cuando arribó a la política local de la mano de José Antonio Viera -su conversión susánida fue bastante posterior-, lo defienden estos días de estío intenso por no aceptar las críticas de lo que todos ellos llaman -con el tono pastoral de las ovejas- «la izquierda radical». El concepto, que también ha hecho suyo el alcalde, tiene su gracia: hace dos años los votos de Participa e IU, claves en su designación como primus inter pares, eran progresistas; ahora son abominables sufragios radicales. ¿En qué quedamos?
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