El mundo digital es asombroso. Permite fingir la sabiduría que no tienes moviendo la yema de un dedo. Diluye la distancia geográfica. Recuerda lo que has olvidado –acaso porque jamás lo viviste– y te permite hasta esquivar el saludo a aquellos que no se lo merecen fingiendo un doctísimo ensimismamiento. No ayuda a la concentración, pero lo parece. Tiene también sus inquietantes desventajas: anula la privacidad, sustituye la inteligencia crítica por la artificial y corona al despótico algoritmo (y sus intereses) como nuevo monarca absoluto. Al Reverendísimo esta semana le ha ayudado a descubrir –en cuestión de segundos– el alto grado de desvertebración de la Marisma, que es territorial sin dejar de ser mental. Nuestro Gran Laurel, nunca lo suficientemente elogiado (por sus heraldos), quedose el miércoles atrapado en un AVE mañanero en dirección a Madrid, rompeolas de todas las Españas. Y decidió (llámenlo indiscreción o transparencia; para gustos, los colores) compartir el trance en sus redes oficiales en un nuevo capítulo de la subyugante serie Vita Privata
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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