Un ángel con un demonio dentro. Una criatura ultrasensible capaz de proyectar una frialdad mecánica. Un genio movido por la furia silente y concentrada de la frustración. Un creador de conceptos y obras banales que han perdurado en el tiempo. Un artista que trabajaba con una mentalidad avariciosa e industrial. El maestro del aura destrozada de Walter Benjamin. Un embaucador de la aristocracia neoyorquina, esa clase social que piensa que el arte puede adquirirse sin esfuerzo y sin talento, a cambio de un cheque. Un incomprendido al que todo el mundo adoró en algún momento hasta ese instante fatídico en el que descubrían –bajo su peluca plateada, detrás de sus lentes oscuras– a un canalla. Un niño solo, insufrible y asustado. El itinerario vital de Andy Warhol(Pittsburgh, 1928-New York, 1987) reúne en una única persona todas estas posibles biografías, sin limitarse a ninguna de ellas por completo. El perfil artista norteamericano, que no fue el pionero pero, cien años (menos un lustro) después de su nacimiento, ha pasado a la historia como el príncipe del pop art, presenta, como sucede con casi todas las personalidades interesantes, una topografía compleja y rugosa, cortante por un lado y lisa en el extremo opuesto.
Las Disidencias en Letra Global.
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