Una vez dijo de sí mismo: «Fui un revolucionario sin ira, así que espero terminar como un conservador sin vileza». No está mal para alguien que descubrió la vitalidad del placer a partir del nihilismo. Todo un viaje. La vida intelectual de Fernando Savater (San Sebastián, 1947) se aproxima bastante a la vieja doctrina esencialista de los filósofos de la antigua escuela cínica, pero presenta algunas variaciones notables. Por ejemplo: jamás ha practicado la disciplina de la contención. Es una excelente costumbre. «El secreto de la felicidad es tener gustos sencillos y una mente compleja, el problema es que a menudo la mente es sencilla y los gustos son complejos». El hedonismo, carnal pero también espiritual, ha sido su particular forma de contradecirse, permitiéndose no obstante el lujo de convertirse en un clásico (en vida) sin caer en vulgaridad de tener que fingirse moderno.
Archivo de diciembre 2017
Teletrabajo o muerte, venceremos
La política en España se ha convertido en un chiste. El problema es que sólo tiene gracia para quienes lo cuentan: nuestros gobernantes. Los demás costeamos sus risas. El independentismo celebra estos días en Cataluña su última resurrección mientras en la República Indígena los susánidas, que son nuestros particulares nacionalistas de aldea, insisten de cara a la galería en que la trascendental batalla de las 35 horas no se ha saldado con su derrota, aunque por si acaso dejan temporalmente en barbecho la fórmula que María Jesús Montero, la consejera de la cosa, había concebido para saltarse a piola la sentencia del Constitucional que tumba la gran baza electoral del PSOE indígena, no vaya a ser que alguien frustre para siempre el trile que nos están preparando con forma de adelanto electoral. Son hechos preocupantes. Ambos demuestran que la verdad, esa flor extraña, es la primera víctima del dogmatismo.
Las Crónicas Indígenas del sábado en El Mundo.
Navidades en Urgencias
G.K. Chesterton, que como escritor es una bendición para los sentidos dada su extraordinaria capacidad para hacer fuegos artificiales gracias al talento del ingenio, decía que la Navidad, materia procelosa sobre la que escribió un ensayo y a la todos los años dedicaba columnas en los semanarios y los periódicos británicos, es una fiesta construida sobre una paradoja: el nacimiento de alguien que carece de hogar se celebra en todas las casas del mundo occidental. En su autobiografía confiesa además que, en su caso, su profesión de fe en la Natividad antecedió incluso a su conversión. Chesterton amaba los belenes con la misma devoción que las parábolas. Profesaba una teología sincera basada en el hecho de agradecer el raro milagro de vivir cada día. El mundo perfectamente podía no existir. Y, sin embargo, existe.
La Noria del miércoles en elmundo.es
El cupo de la discordia
La financiación autonómica, ese sudoku imposible, es como el juego de la mosqueta: un asunto de trileros. Tratándose de dineros –en plural, como se escribía en el Siglo de Oro, cuando las riquezas coloniales terminaban en los sacos de los banqueros del norte de Europa, a los que la Corona debía hasta el paño que gastaba el correspondiente monarca– hay que dar por supuesto que todos los actores de la trama mienten. Sobre todo aquellos que, como los políticos vascos, navarros y los nacionalistas catalanes, intentan solucionar lo suyo, que en realidad es lo nuestro, sin sentarse en la mesa común y apelando a la famosa bilateralidad.
Los Aguafuertes del lunes en Crónica Global.
Cernuda, el metafísico sevillano
En literatura suele decirse que los grandes escritores inventan su propia tradición. Como todas las frases rotundas, es una verdad a medias que, sin ser mentira, requiere un sinfín de matices. Luis Cernuda, de cuyo nacimiento se cumplen ahora 115 años, poeta del exilio permanente, ha gozado tras su muerte de una generosísima atención. Su obra es objeto de una constante reinterpretación al calor de los logros generacionales del grupo del 27, la llamada edad de plata de la literatura peninsular. No podemos decir que el poeta sevillano, profesor desganado en el frío mundo anglosajón, homosexual sincero, tipo difícil y retorcido, siempre presto a clasificar los agravios de los demás –la vida, al cabo, no es más que eso: la suma de los desprecios ajenos–, haya pasado inadvertido durante el tiempo en el que su existencia se ha convertido en un recuerdo. Rara vez, sin embargo, se ha prestado atención suficiente al factor que lo convirtió contra todo pronóstico –nunca volvió a pisar España desde su marcha por la Guerra Civil; tampoco gozó del reconocimiento de los medios culturales institucionales–, en el poeta más importante de su tiempo, con el permiso de los devotos de Lorca.