A veces, uno no termina de encontrarle sentido a los libros leídos por obligación. Sobre todo si han transcurrido varios años. Ya pueden suponer a cuáles me refiero: esas novelas en cuya portada, antes que cualquier otro elemento, aparece la efigie del egregio escritor con cara pensativa; quizás, con la mano sosteniéndose el rostro, con un anómalo perfil de estatua. Por lo general se trata de la misma imagen que usan para las solapas y para las conferencias. En algunos casos concretos, la literatura, por aquello de ahorrarle esfuerzo al lector, se está reduciendo a una conferencia en diferido.
Archivo de abril 2016
El monopolio de la estampa
Los liberales, sobre todo si son conversos, dejan de serlo en el instante en el que descubren el gran secreto del comunismo: no existe negocio más rentable que un monopolio estatal. Todo son ventajas: los trabajadores son esclavos, no existe la competencia, el mercado es cerrado, los consumidores se convierten en cautivos voluntarios y el dinero fluye a sus bolsillos sin esfuerzo. En Sevilla, donde muchas empresas responden aún a la cultura indígena, algunos, con la ceguera táctica de nuestro consistorio, y con independencia de quién se siente en la Alcaldía, han convertido la estampa de Sevilla en su trust particular.
La Noria del sábado en El Mundo.
La mano (in)visible
Lo escribió Nicanor Parra el día que le dieron el Cervantes: «Los premios, sólo a veces, son para los espíritus libres; en general, son para los amigos del jurado». En urbanismo, género de la literatura indígena que escribimos en estas crónicas irreverentes sobre la república meridional, se cumple sólo la segunda parte de esta frase: las recalificaciones son para los conocidos del alcalde, un edil o un consejo de gobierno. Da lo mismo. Incluso bajo la fórmula bíblica del sanedrín de los justos, los mandamientos en esta materia ya vienen dictados desde la cúspide misma de la montaña. Delante de un plano de ordenación urbana no existen los espíritus indómitos. Los intereses en juego son demasiado inconfesables.
Las Crónicas Indígenas del viernes en El Mundo.
La Sevilla integral
Roberto Arlt escribió que los sevillanos practican la navegación de cabotaje en vez de la de altura, más propia de los gallegos. Lo sancionamos. En Sevilla se teme salir al mar abierto. Por lo general, se circunda la costa sin perder de vista la tierra firme. Just in case. Quizás por eso algunos aquí son tan dados a los elogios como alérgicos a la sinceridad. En estos pagos sociales la franqueza se considera una impertinencia y a la falsedad se la valora como sinónimo de buena educación.
La Noria del sábado en El Mundo.
El nudo gordiano
La cara era un poema. Sin rima, sin ritmo y sin métrica. El topetazo que esta semana ha sufrido el susanato en el Parlamento -los grupos políticos bloquearon su decreto para asignar tareas administrativas a los enchufados del SAE- parece augurar que la cohabitación con C’s, hasta ahora enternecedora, ha cambiado de fase. El matrimonio discrepa. Parece que la causa hay que buscarla en una cuestión de actitud (de la aptitud hablaremos otro día) por parte de Su Peronísima, que, como suele hacer, ha llevado al extremo su política de hechos consumados y sordera militante ante la soberanía que -técnicamente hablando- reside en las Cinco Llagas.
Las Crónicas Indígenas del viernes en El Mundo.