El calendario oficial destina varios días al asunto de los premios literarios. No se habla de otra cosa en la República de las Letras. De nuevo perdiendo el tiempo. Debe ser inevitable o una suerte de obligación absurda, pero el caso es que el foco del universo literario (local, que no es universo alguno) anda ocupado con el laurel y los galardones, en vez de con los libros. Todo es vanidad en el mundo, al fin y al cabo. La epidemia no obedece sólo al premio planetario –cuya dotación es inversamente proporcional a su calidad–, sino a la designación oficial del preboste de turno para la cita del Nobel, premio del que se han escrito demasiadas cosas, por lo general arbitrarias. Que a uno le den el Nobel viene a ser, según la mayoría de los análisis, como entrar en el Parnaso. Uno siempre ha pensado que el paraíso (de las letras) reside lejos de Estocolmo: las páginas de las obras de nuestro canon particular, propio, individual. El espacio del lector.
Archivo de julio 2016
El ‘fake’ de las Ciudades Magallánicas
- Dos exdirectivos de la Fundación Atarazanas registraron la entidad en favor de la Primera Vuelta al Mundo con unos estatutos ilegales no avalados por el Pleno del Ayuntamiento.
- Núñez y Crespo, en virtud de estos estatutos particulares, se nombraron socios numerarios, atribuyéndose la gestión económica de la Red, que recibe 144.000 euros de las arcas públicas.
- El gobierno de Espadas decide condicionar su permanencia en la asociación a una “reformulación” de los estatutos que elimine las atribuciones que ejercen Núñez y Crespo.
La Red de Ciudades Magallánicas, asociación constituida por las urbes que forman parte de la ruta de la Primera Vuelta al Mundo, es un fake. Un engaño. Un negocio particular cuyo interés público está desde hace meses en cuestión. El Pleno del Ayuntamiento de Sevilla, principal sostén institucional de esta entidad, discutirá mañana una propuesta de acuerdo del gobierno local merced al cual la capital hispalense, cuna de la gesta magallánica, supedita su permanencia dentro de esta institución a la modificación de sus estatutos, que, según un informe jurídico de la Secretaría Municipal, incurren en una clara contradicción con la ley de asociaciones. Es la salida jurídica que ha encontrado la Alcaldía para poner remedio, casi dos años después, a la estafa consentida por el anterior regidor, Juan Ignacio Zoido (PP), que decidió embarcar a Sevilla en este proyecto promovido a título particular, y con un evidente afán lucrativo, por dos de los expresidentes de la Fundación Atarazanas, José Manuel Núñez de la Fuente y Rafael Crespo, que se nombraron a sí mismos cargos ejecutivos permanentes de una entidad que recibe cada año un mínimo de 144.000 euros de las arcas públicas.
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Polifonía y nostalgia
Las sequías son una maldición, incluidas las literarias. De todas las ausencias que hoy día se sufren la más terrible es la falta de agua, que en términos vitales es equiparable –en el campo del arte– a la incapacidad creativa. Carecer de agua es para echarse a temblar, lo mismo que la falta de entusiasmo frente al folio en blanco, esa tristeza de las alacenas vacías. Los filósofos orientales decían que la vida se complica si uno se la toma con impaciencia endémica y no aprende a estarse quieto. Puede que tengan razón, pero darles gusto nos resulta imposible: somos hijos del descontento y de su hermana gemela, la utopía. En la metafísica moderna –que no es metafísica– la cosa consiste en elegir un bando: o eres o tienes. No hay más. Algunos tienen bastante pero no son nada. Otros carecen de todo y son mucho, casi demasiado. Quienes aprenden a tenerse a sí mismos –cosa que consiste en saber decir no– van teniendo algo.
Genios y geniecillos
Cuenta la filosofía popular, ésa que ha hecho de Cataluña una Europa en pequeño, salvo cuando prevalecen los habituales delirios tribales, que estaba ese prodigio del Ampurdán que fue Josep Pla, autor de la prosa más seductora que se ha escrito en España en mucho tiempo, orinando en un muro cuando uno de sus incondicionales se le acercó, intentó más o menos emularlo –miccionando también en la pared– y, sin respeto a las circunstancias, ni a la edad, ni al talante singular del escritor, le espetó:
El párrafo infinito
Algunos nos estamos quedando sin oficio. Otros ya no lo tienen. Muchos no lo han tenido nunca. Escribir, novelar, hacer periodismo, son actividades que han dejado de cotizarse en la vida real. Sólo se conjugan –como verbos muertos– en los libros. A quienes nos ganamos el pan –magro pero nuestro– con las palabras nos han condenado al exilio. La sentencia es: muerte o exilio permanente. No hay perspectivas. Ni horizonte. La ley de Murphy es exacta: todo va a peor. Escribir sólo sirve para certificar –ante uno y frente a los demás– el fracaso que siempre se había sospechado y que, en realidad, requería toda una vida de paciente espera.