Cuentan las crónicas, por supuesto anónimas, que cuando Chaves y Griñán todavía se hablaban, costumbre previa al tiempo de las calamidades mutuas, la pandilla de matrimonios en la que confraternizaban iba junta al cine todas las semanas. Al llegar a la taquilla pedían una entrada de grupo (que es la institución social merced a la cual todos hicieron carrera) con la correspondiente rebaja «por razón de edad». Ejercían como pensionistas golden mucho antes de jubilarse formalmente, aunque en su fuero interno –es la patología de su generación, a la que la diosa Fortuna acompañó siempre con independencia de sus méritos– ambicionaban la inmortalidad. Al final los dos fueron superados por las circunstancias, no por su voluntad. En el PSOE, durante la guerra civil entre los partidarios del Antiguo Testamento y los tecnócratas (relativos), unidos al final en el banquillo de los ERE, se hablaba mucho de ceder el testigo a la camada posterior, lo cual no deja de ser el último gesto absolutista de todas las gerontocracias: designar (a capricho) a sus herederos.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.