Los eternos problemas del Ayuntamiento de Sevilla con la botellona, esa práctica sociológica que caracteriza desde el origen de los tiempos al adolescente hispalensis, y que se transmite de generación en generación, de forma que los litroneros del lejano pretérito son ahora los padres de los botelloneros del presente y pronto se convertirán en los inminentes abuelos de los borrachos del mañana, tienen un origen óptico. En unos casos, voluntario. En otros, sobrevenido. Rojas Marcos y Becerril veían las botellonas e intentaban controlarlas, aunque con poco éxito. Monteseirín, Zoido y Espadas las ven pero hacen como que no las ven. Y eso que durante sus mandatos no han dejado de aumentar. Todos los fines de semana del año. En los mismos sitios. A las mismas horas. Siempre ahí.
Independencia de Barra Brava
“Cartas iban y venían desde Londres a Madrid”. Eso dice la copla. Las cancillerías española y catalanufa, entre las que aún existe una jerarquía evidente por mucho que los soberanistas se presenten a sí mismos como independientes, se mandan estos días burofaxes llenos de cariño y cortesía. Es entrañable ver cómo mantienen la educación (verbal) en un conflicto que desde hace bastante tiempo se alimenta sólo con las tripas. Puro teatro, por supuesto. Igual que todo en esta tragicomedia infinita. Mientras se resuelve el misterio de si hubo proclamación (jurídica o retórica) y se aclara si la democracia hará cumplir la Santa Constitución, nuestra impresión es que lo único que hubo la noche de autos fue un comunicado como los que cincelaban, después de romper piedras, los gudaris batasunos. Nada más. ¡Y nada menos!
Los Aguafuertes del lunes en Crónica Global.
El universo De la Sota
Los arquitectos, salvo excepciones, tienen fama de escribir mal. Al sentarse delante de un papel se convierten en herméticos y recurren a códigos incomprensibles. “Caos e isotropía”, “vacíos intersticiales” y otros hallazgospor el estilo. Por lo general, prefieren el dibujo para expresarse. Como si las palabras fueran un estorbo. Algunos incluso han interiorizado la idea —falsa— de que los supuestos valores inmateriales de la arquitectura —que paradójicamente se construye con formas muy concretas, pero manteniendo siempre la evocación de un sueño encantado— son demasiado complejos para poder encerrarlos en una frase. Como si la sintaxis no permitiera éste y otros milagros. Alejandro de la Sota es una de las benditas anomalías a esta regla. Sus escritos completos (Escritos, conversaciones, conferencias. Editorial Gustavo Gili. Barcelona. 2002) nos descubren a un hombre admirado dentro de su gremio, lo cual ya es un extraordinario logro, y al que podríamos considerar el Le Corbusier hispano.
El peso de la autonomía
Deyan Sudjic, exeditor de la revista Domus, escribió hace unos años el guión de una película sobre Norman Foster, probablemente el arquitecto más global del orbe, que se titula ¿Cuánto pesa su edificio, Señor Foster? El documental reproduce la pregunta, tan inteligente como inesperada, que Buckminster Fuller, el inventor de la cúpula geodésica, le hizo un día al arquitecto británico, que entonces no supo qué responder. La interrogación ya llevaba implícita la lección: si quieres construir algo, lo que sea, debes saber antes su peso. Si no, lo más probable es que no puedas sostenerlo. La enseñanza sirve para la arquitectura, se extiende a la vida, esa maestra cruel, y alcanza a la política indígena. Para saber cómo gobernar debes conocer el valor de aquello que pretendes administrar.
Las Crónicas Indígenas del sábado en El Mundo.
Democracia & dinamita
Cuando uno va a oír una conferencia, emulando a los escritores de antes camino del correspondiente ateneo o del casino provincial, se espera del ponente no tanto que diga algo original, sino que la perorata que se anuncia en los carteles sea perpetrada con talento y donosura. Los italianos lo expresan con una frase prodigiosa: se non è vero, è ben trovato. La oratoria, igual que la literatura, exige dotes retóricas. En el caso de Andrés Trapiello, escritor permanente y editor exquisito, ambas cuestiones -el fondo y la forma- se presuponen, pero esta mañana, en la segunda sesión del ciclo que Letras en Sevilla dedica a Chaves Nogales, tuvo la tentación, abortada por fortuna sobre la marcha, de resolver el envite leyendo en público un texto elaborado para una de las ediciones de Renacimiento, la casa de Abelardo Linares, ese sevillano raro que al cronista le ha obligado siempre a hacerle entrevistas vía mail, como si la agorafobia acaso no fuera un patología que hermana a los espíritus gemelos. Trapiello pretendía explicar así los motivos por los que la obra del periodista sevillano ha tardado tanto en volver a la vida, que en literatura significa tener el aprecio de los lectores.
Una crónica para elmundo.es
