Los eternos problemas del Ayuntamiento de Sevilla con la botellona, esa práctica sociológica que caracteriza desde el origen de los tiempos al adolescente hispalensis, y que se transmite de generación en generación, de forma que los litroneros del lejano pretérito son ahora los padres de los botelloneros del presente y pronto se convertirán en los inminentes abuelos de los borrachos del mañana, tienen un origen óptico. En unos casos, voluntario. En otros, sobrevenido. Rojas Marcos y Becerril veían las botellonas e intentaban controlarlas, aunque con poco éxito. Monteseirín, Zoido y Espadas las ven pero hacen como que no las ven. Y eso que durante sus mandatos no han dejado de aumentar. Todos los fines de semana del año. En los mismos sitios. A las mismas horas. Siempre ahí.
Sevilla, la ‘ciudad letrina’
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