Los que no sabemos muy bien qué hacer con nuestra vida gastamos buena parte del tiempo leyendo libros, opúsculos y hasta los recetarios de las medicinas. El caso es leer. Uno se pregunta de dónde diablos viene este vicio secular que lo ha tenido infinitas noches sin dormir, bajo luces eléctricas, o perdiéndose el paisaje de la ciudad natal mientras devoraba los versículos signados por los muertos, como decía Quevedo, en un pergamino o en gavillas hechas de papel húmedo.
El salpicón de la autonomía
La política posmoderna, según se ejerce ahora en España, nos conduce de nuevo a la senda del tribalismo, el orgullo de los pueblos, los surcos de la aldea y el vientre familiar. Es toda una paradoja: los políticos nos han dejado huérfanos frente al naufragio de la crisis pero exigen que nos sintamos parte de una única comunidad de creyentes donde los verdaderos principios, como le sucede al Dr. Stockmann, el personaje de El enemigo del pueblo de Ibsen, son un estorbo. No es casual.
Las Crónicas Indígenas del sábado en El Mundo.
Olavide en el SAS
Antonio de Guevara fue nuestro mejor ensayista renacentista. A pesar de su extraordinario sentido de la imaginación para las citas, y del tono doctrinal que solía dar a sus doctos libros de consejos para los príncipes, enseñaba una verdad suprema: que la vanidad era una madre cuyos hijos, no contentos con ser vanos durante toda su existencia, procuraban tras su desaparición que sus propias vanidades les sobrevivieran. No hay nada más eterno que el afán de algunos por pasar a la historia. Nos acordamos de la frase al calor de las noticias sobre el nombramiento express de Monteseirín como subdirector del servicio de inspección médica del SAS tras el retorno -¿voluntario?- de su dorado exilio madrileño.
La Noria del sábado en El Mundo.
Brodsky
De nuevo escribiendo obituarios. Debería pedir empleo en una funeraria: “Se escriben misivas de despedida para finados ilustres. Precios asequibles”. A pesar de la costumbre que uno va adquiriendo con el paso del tiempo en este extraño oficio de escribir sobre muertos recientes, recién caídos, tengo que confesar que cuando se trata de escritores, mis héroes favoritos, la obligación se torna más placentera. No quiero decir que los difuntos del mundo de las letras sean mejores que el resto. La muerte nos iguala a todos, como decía Jorge Manrique. Sucede simplemente que la pieza sale con más facilidad: uno se conoce a sus escritores de memoria, cosa que no ocurre ni con otros artistas ni, por supuesto, con los difuntos anónimos, cuya única obra posible es su propia vida, desconocida en realidad por los demás.
Una república con reina
Me escribe un lector, especie en peligro de extinción, para preguntarme cómo es posible que en estas Crónicas Indígenas, por cuyo éxito de crítica y público, notable sobre todo entre las huestes susánidas, sólo puedo estarle agradecido a Su Peronísima (el mérito también es suyo), se defina a Andalucía como una república gobernada por una reina (de las marismas).
Las Crónicas Indígenas del viernes en El Mundo.
