Tener talento en Sevilla es un problema. A veces, un pecado. Y, casi siempre, una carrera de obstáculos. Si te haces preguntas en esta ciudad corres el riesgo de que te tomen por un bicho raro.
La Noria del sábado en El Mundo.
Tener talento en Sevilla es un problema. A veces, un pecado. Y, casi siempre, una carrera de obstáculos. Si te haces preguntas en esta ciudad corres el riesgo de que te tomen por un bicho raro.
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Baroja, que siempre fue un moderno con boina, decía que en España las cosas siempre han sido igual: «Nuestros reaccionarios son de verdad; nuestros liberales son de pacotilla». Lo mismo ocurre con el empleo.
Las Crónicas Indígenas del lunes en El Mundo.
Me sumerjo estos días en la brutalidad lírica de Henry Miller, a quien tenía algo olvidado. Releo Trópico de Cáncer en una edición barata, de las únicas que podía permitirme el lujo de tener –tener siempre es un lujo– cuando además de más joven era mucho más pobre e indocumentado. Cualquiera que no tenga trabajo es, de facto, un indocumentado: no existe. Y así estaba yo hace unos años, sin laburo y entretenido con Miller y su fresa de ácido. Descubriendo al tiempo como el cáncer mortal que nos devora. Entendiendo que todos estamos en realidad muertos. O que nuestros héroes están enterrados o matándose.
Se atribuye a Aristóteles la idea de que la historia nos explica cómo sucedieron las cosas y la poesía cómo debieron suceder. La propia historia, que es el bucle de nuestra existencia como especie, nos ha enseñado, sin embargo, que se puede reescribir el pasado a nuestro antojo si contamos con la ayuda de la desmemoria, que en ciertas sociedades es una patología genética. En Sevilla, por ejemplo, es habitual.
La Noria del sábado en El Mundo.
La política meridional es un pozo (sin fondo) de paradojas. En el supuesto paraíso de la igualdad, la Andalucía oficial, rige desde hace treinta años un mayorazgo político que, basado en costumbres ancestrales de origen medieval, marca desde entonces nuestra vida pública, que de común sólo tiene la apariencia.
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