El talento, en contra de lo que se piensa, es sobre todo una cuestión de insistencia. Consecuencia de la voluntad. No existen los genios, sino los hombres constantes. Si aplicamos esta regla al alcalde de Sevilla, que desde que tomó posesión del cargo repite este concepto a la menor ocasión posible, y hasta en los contextos imposibles, tendríamos que concluir que a la vista de las apariencias, efectivamente, estamos ante un político de extraordinarios talentos. Superlativos. Seamos justos: no es nada fácil representar los intereses de los ciudadanos y, al mismo tiempo, trabajar con tanto fervor en defensa de los beneficios particulares de una empresa privada. Especialmente si ésta pertenece al sector financiero. Sus méritos resultan evidentes. Indiscutibles, sus éxitos. Zoido (Juan Ignacio) ha logrado cumplir su último objetivo capital: impedir que Sevilla tenga un centro cultural en las Atarazanas.
La catequesis patrimonial
No hay nada peor que un converso. Sobre todo si es reciente. Desde los tiempos de Paulo de Tarso, después conocido como San Pablo gracias al bautismo definitivo de la iglesia, que en esto de las denominaciones sabe latín, se conoce que quienes desprecian la fe pueden ser, llegado el caso, sus principales difusores, divulgadores y exégetas. Depende de la necesidad. No de la fe, claro, que no tiene ninguna, sino del heraldo, que es quien en esto del entusiasmo dogmático más cuenta. La literatura del Siglo de Oro español, tan útil para entender el presente por el que transitamos, está llena de episodios en los que la obsesión por la limpieza de sangre (después materia de la teoría de los linajes, tan sevillana) termina siendo una comedia bufa, aunque a veces esté teñida por la tragedia, en la que aquellos que no disfrutan de dicha condición resultan ser los más exigentes y crueles con sus iguales, casi siempre en un intento (vano) por ocultar su propia procedencia. Según algunos historiadores, esta perversión (exagerar una posición distinta a la natural para ocultar los orígenes) llegó en su momento hasta la cima de la propia Inquisición, lo que no deja de tener mérito. Con razón se dice que España fue un país de conversos. Todo el mundo predicaba aquello en lo que no creía. En Sevilla todavía ocurre.
Embajada a Tamorlán
Probablemente todo se deba a una variante del subgénero apócrifo de los parecidos razonables. Ya saben: esos vínculos mentales que con mayor o menor rigor todos establecemos para poder entendernos y entretenernos. Nuestra forma de pensar consiste en relacionar unas cosas con otras. A veces, de forma creativa. En otras ocasiones, sin demasiada fortuna. Las metáforas no son más que eso: una ligazón acertada de significados parecidos o dispares. Maravillas del lenguaje.
CaixaFórum: la indulgencia imposible
Las mejores metáforas sobre Sevilla se esconden en las páginas secundarias de los periódicos, mucho más ocupados habitualmente en los políticos (son los que pagan) que en la vida real (que rara vez resulta rentable). Leo en lo que antes hubiera llamado la competencia (ahora sencillamente es un portal digital) a un amigo (Fernando Carrasco) que nos explica con su sabiduría habitual en estas cuestiones que la iglesia de Sevilla, institución sin la que no se entiende el pasado de la ciudad, pero en la que no parece estar su futuro inmediato, ha comunicado oficialmente la aplicación inmediata del sistema de indulgencias vigente para el Año de la Fe.
Niemeyer: el lirismo secreto del hormigón
“Ser distinto es inevitable cuando uno no se preocupa de serlo”.
La frase la escribió Juan Carlos Onetti, el novelista uruguayo. Responde a la perfección a ese tipo de personalidades que caminan por la vida, habitualmente tan incierta, siendo ellos mismos. Sin complejos. Pese a provocar terror entre quienes que no conciben la existencia más que como la senda de un rebaño, siempre a las órdenes del mismo pastor, el sentido del triunfo de estas personas no depende del grado de reconocimiento social, sino de la satisfacción individual que implica la aventura de poder forjarse a sí mismos. El aplauso de los demás, aunque bien recibido, es algo accesorio, posterior.
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