Hace cuatro años, en un acto político junto a la Torre del Oro, donde los reflejos del agua del Guadalquivir parecían puñales bruñidos por el sol, Eduardo Beltrán Pérez García (Sevilla, 1974), uno de los históricos cachorros de las Nuevas Generaciones del PP en Sevilla, esos benjamines que ansiaban –y ansían– triunfar sin despojarse de la rebequita de entretiempo que lucen sobre los hombros, dijo que él y Pérez (Virginia), la presidenta provincial, “compartían una idea de partido ganador y que opinar iba a ser el método del centro reformista”. El auditorio –pensionado, por supuesto– aplaudió el sermón. No por sincero, sino por entusiasta. Cosa natural, porque los alevines de la derecha indígena son muy creyentes (sobre todo de sí mismos) y los reparos, especialmente si van dirigidos a los amiguillos de la pandilla, no están bien vistos. El despelleje se acepta en privado, preferentemente los viernes por la tarde con un balón de gin-tonic en el Arenal; pero en público, no. Eso es imperdonable.
El Bestiarium en El Mundo.
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