Los comerciantes sevillanos tradicionales, que constituyen un influyente lobby localista, están muy preocupados porque estas Navidades, a pesar de las bombillitas full que les ha puesto Espadas, el alcalde de las luces amables, las ventas no están respondiendo ni de lejos a sus expectativas. A algunos esto les parece que es noticia, aunque si somos justos, lo que irremediablemente nos obliga a ser crueles, no lo es. En absoluto. El estado natural de un comerciante tradicional es la insatisfacción permanente. Es lo que tiene vivir en una ciudad mendicante con sueldos piadosos ¿Recuerdan ustedes, queridos indígenas, que algún socio de Aprocom, ese insigne ateneo del arte mercantil, haya dicho alguna vez que su negocio va como un tiro? Nosotros no. Y eso que hace mucho tiempo que -por obligación- estamos pendientes de estas cosas, a falta de índices alternativos para medir la maltrecha salud de la economía local. Un comerciante sevillano tradicional nunca dirá que su negocio es una mina. Va en contra de su código genético. Ninguno está dispuesto a darle pistas a Hacienda por la misma razón que te miran rarito cuando les pides una factura en lugar de un ticket de venta.
La Noria
La Sevilla mendicante
Se atribuye a Mozart, el prodigio de Salzburgo, una frase que rubricaría cualquier sindicalista: «Si el emperador me quiere, que me pague; estar cerca de él es un honor que no me alcanza». El músico austriaco, no cabe duda, era un genio. Los sevillanos, en cambio, somos unos desgraciados. Nos perdonarán ustedes la franqueza, queridos indígenas, pero lo decimos sólo porque todavía existe entre nosotros quienes creen vivir en la mejor ciudad del mundo, capital envidiada por su alegría y bienestar (no añadimos más adjetivos porque nos saldría un villancico). La Sevilla oficial despide estos días el año con bombillitas full, comercios a tope, belenes vivientes patrocinados, hoteles llenos y zambombas rocieras por las esquinas.
Navidades en Urgencias
G.K. Chesterton, que como escritor es una bendición para los sentidos dada su extraordinaria capacidad para hacer fuegos artificiales gracias al talento del ingenio, decía que la Navidad, materia procelosa sobre la que escribió un ensayo y a la todos los años dedicaba columnas en los semanarios y los periódicos británicos, es una fiesta construida sobre una paradoja: el nacimiento de alguien que carece de hogar se celebra en todas las casas del mundo occidental. En su autobiografía confiesa además que, en su caso, su profesión de fe en la Natividad antecedió incluso a su conversión. Chesterton amaba los belenes con la misma devoción que las parábolas. Profesaba una teología sincera basada en el hecho de agradecer el raro milagro de vivir cada día. El mundo perfectamente podía no existir. Y, sin embargo, existe.
La Noria del miércoles en elmundo.es
Los premios según Sevilla
Julio Cortázar escribió en El Perseguidor, su mejor cuento, que «las cosas verdaderamente difíciles son las que la gente corriente hace a cada momento». Todos somos héroes sin llegar a sospecharlo. Aunque en Sevilla a ciertas personas se les reconoce tal condición (supuesta) mientras que a otras se les niega con una obstinación peronista. No sé si ustedes se han fijado, estimados indígenas, pero en esta ciudad el reparto de galardones, estatuillas, homenajes y medallas dibuja siempre un circuito cerrado. Para algunos es la metáfora mayor de eso que llaman «la sociedad sevillana», que consiste en pertenecer a un determinado círculo. Ser de un clan. Estar dentro en vez de fuera. Saltar la raya que diferencia los intramuros de los extramuros mentales de nuestros ayatolás, que estos días celebran las fiestas de la Inmaculada y disfrutan con los trinos de las tunas universitarias, cuyos miembros carecen en su mayoría de las frondosas cabelleras que se les presupone a los amantes de la vida bohemia y disoluta.
El faro de Alejandría
El alcalde de Sevilla es un estadista. Un tipo con porte. Un político optimista. Un hombre al que todo, absolutamente todo, le parece bien. Lo suyo es la concordia, el buen rollo, la simpatía espontánea y natural. El hombre tiende a ver la botella medio llena siempre. Es así. Tiene un carácter en positivo, nunca manifiesta sentimientos negativos. Tanto que considera que desde la Expo 92 en Sevilla no ha sucedido nada más importante, coronaciones de vírgenes aparte, que el I Foro Global de Gobiernos Locales, que hace unas semanas le permitió hablar -por los codos- de su verdadera pasión: las políticas medioambientales.