Lo dejó dicho, con ese encantador cuajo de sinceridad que le caracterizaba, el gran Baroja: “En la mentira puede haber muchos matices; en la verdad no existe ninguno”. Simone de Beauvoir, epítome del feminismo, lo expresó de otra forma: “La verdad es una; sólo el error puede ser múltiple. Que la derecha profese el pluralismo no es ninguna casualidad”. Casi todos, en mayor o menor medida, hemos asumido, aunque sea de forma tácita, que la insinceridad y la falsedad son virtudes en política, aunque no lo sean en el ámbito moral. El periodismo político, que a veces tiende más al adjetivo que al sustantivo que lo enuncia, es un arte extraño que consiste en establecer una verdad (aproximada) a partir de una sucesión (infinita) de embustes interesados. Porque todos los políticos, como sabemos, mienten no más que hablan, sino mientras hablan. Los posmodernos, llevando al absurdo su teoría de que todo es relativo, especialmente las evidencias, instauraron a mediados del pasado siglo un marco cultural, que sigue vigente incluso para los políticos incultos, merced al cual no existen principios inmutables, sino únicamente puntos de vista.
Los Aguafuertes en Crónica Global.