A estas alturas del calendario, lo más parecido al paso de la Santa Cena que vamos a ver esta Semana Santa, que llega con el coronavirus cuaresmal y el IVA aplicable a los palcos y sillas –¡a pagar, cofrades, que la ley es igual para todos!–, va a ser la imagen de la presentación en sociedad de las Tablas del Cambio, que, por supuesto, son un nouvo escabeche. Desde luego, el cuadro no se parece mucho a la célebre pintura de Leonardo (da Vinci). En la mesa de la collazione, además de la comida, faltaban la mitad de los apóstoles del Reverendísimo. Tampoco atisbamos el sfumato por ningún sitio, pero no podemos negar que la puesta en escena del Sagrado Decreto –seis pasos, seis– ha sido gloriosa, como exigían las vísperas. Si se pretendía dar relevancia a la decisión, sin duda se ha conseguido. El abate Bendodo copaba el centro del lienzo –conviene delimitar la jerarquía– y, a su lado, los predicadores del Evangelio Liberalizador prometían que van a salvarnos a todos del paro, aunque a unos (los constructores) más que a otros. La carta de platos parece variada, pero en realidad se trata de un menú-degustación elaborado por la patronal. Y, claro, no les ha salido un decreto fino, como admitió el consejero de Economía, alias Roger, en un prodigioso instante irónico. En efecto: la cosa no es presentable. Básicamente porque las derechas, tras un año sin cambiar niente, quieren hacernos creer ahora que por decreto –discutir estas cosas en el Parlamento es perder el tiempo– van a convertir la Marisma en una “autopista para la inversión”.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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