«La lengua», escribió Elio Antonio de Nebrija, sevillano de Lebrija y autor de la primera ‘Gramática de la Lengua Castellana’ (1492), «siempre fue compañera del imperio». La espiral autonomista que condiciona la vida pública española desde hace más de cuatro décadas ha convertido en una ley sagrada esta afirmación, mezclando la identidad cultural con los intereses políticos. La manipulación del idioma común de la Península -el español- para remarcar difusas diferencias regionales llega al extremo de que en aquellos territorios donde no existe una lengua propia directamente se le cambia de nombre al castellano o se reinventa. Es el fenómeno que subyace bajo el caso del cónsul español en Washington, Enrique Sardá Valls, destituido esta semana por ridiculizar a la presidenta de la Junta, Susana Díaz, a través de un mensaje privado en ‘facebook’ en el que también intentaba reproducir algunos rasgos del ‘andaluz’, término incorrecto a pesar de que lo utilice hasta la Administración regional.
Un análisis para El Mundo.
Deja una respuesta