Antonio de Guevara, que además de obispo de Mondoñedo fue un soberbio ensayista, gloria áurea de las letras del Renacimiento español (el de verdad, no el Quattrocento en escabeche), cuenta en su Relox de Príncipes, un tratado del buen gobierno, que los romanos tenían una ley en las Doce Tablas por la cual si un ciudadano aventuraba su vida en defensa de Roma la ciudad debía hacer un altar para perpetuar su honra, que se trasladaba a los herederos de su linaje. Al alcalde de Gades, la fenicia, José María González Santos (Róterdam, 1975), Kichi I de Cádiz y V de la Bahía, le sucede lo que en la urbe del Tíber le ocurría a la estirpe de los Camilos: ambiciona la tenencia (indefinida) de la colina del Capitolio que, como todos los indígenas de la Marisma sabemos perfectamente, reside en la plaza de San Juan de Dios.
El Bestiarium en El Mundo.
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