Que a Emilio Lledó (Sevilla, 1927) le den un premio ha dejado de ser una novedad. Los tiene todos. O, al menos, los más prestigiosos en el campo (infinito) de las Humanidades, que son las ciencias que nos explican y que, asombrosamente, los sucesivos gobiernos -da igual su signo político- arrinconan cada día en los planes de estudios y las academias, al paso que favorecen el imperio (doctrinario) de los Estudios Culturales, donde el sentido crítico -el cimiento de cualquier educación digna de tal nombre- se sustituye por el dogmatismo de los ofendidos profesionales. Toda la trayectoria intelectual de Lledó, que desmiente el cruel oxímoron del pensador sevillano, y que esta semana ha recibido la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes -aunque él dice que no hace arte-, es un combate contra las ideologías del pensamiento único, los discursos monocordes y el asentimiento. Un elogio a la libertad.
El Bestiarium en El Mundo.
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