Los que ven a Sevilla como una réplica del paraíso terrenal están locos. O ciegos. No hay ciudad en la República Indígena más inhóspita que la nuestra. No somos ni un vergel bíblico ni el enclave místico de nuestros queridos costumbristas. Nuestra condena meteorológica es una única estación con dos ambientes: seis meses al año de intenso calor, otros seis con temperaturas tibias, que no frías; un brazo muerto de un río que es un cenagal verde; plazas duras y una secular ausencia crónica de espacios libres, zonas verdes y sitios donde descansar.
La Noria del miércoles en elmundo.es
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