Es un lugar común afirmar que en la vida -sobre todo política- nadie es imprescindible. Las relaciones humanas, salvo para los ingenuos, son una convención instrumental que pueden durar años, lustros o décadas, pero cuya extinción es tan simple como apagar una vela con un levísimo soplo de viento. Las organizaciones políticas, que no se sustentan en las ideas, sino en las ambiciones y en los intereses, viven en la paradoja de operar en función de una jerarquía -la que toque- que no respeta la previa, ni tampoco la posterior, porque sólo cree en sí misma. El poder nace cada día. De ahí que la historia de Sebastián Pérez Ortiz (Granada, 1965), histórico dirigente del PP andaluz, muestre de forma rotunda la perfumada ingratitud de la política y, al tiempo, nos enseñe cómo ésta devora, igual que Saturno, a sus hijos. Pérez Ortiz, salvo alcalde,lo ha sido todo en la derecha nazarí: presidente de la Diputación, senador en Cortes, jefe del partido durante más de una década -a él, seguramente, la cosa se le haría corta- y militante durante 35 años.
El Bestiarium en El Mundo.
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