El reúma de Onetti, probablemente mucho más intenso desde aquel día que decidió dar un enorme corte de mangas al mundo y recluirse (ma non troppo) en su cama, al calor de las mantas, terminó siendo una patología fecunda. El escritor uruguayo escribió desde entonces tumbado en un colchón, lento y a mano. Todo lo contrario a determinados escribanos actuales, que trabajan en serie y sólo buscan la plata –vos lo sabés, ché– que dejan las ventas, cada vez más menguantes en estos tiempos inciertos, de sus escritos. Onetti no sabía ni un número de la comercialización de los libros. Eso se lo dejaba a sus agentes y editores. Ambos le engañaban, por supuesto. Onetti sólo pensaba en el tabaco, el whisky y en Santa María, el territorio narrativo que nace en La vida breve e inunda los Cuentos Completos que publicó la Alfaguara de antes de la debacle.
Literatura
Aniversario
De Julio Cortázar se dice que es un escritor deslumbrante. Es verdad. De lo mejor del pasado siglo. Es cierto. La mayoría de estos juicios no corren riesgo alguno: se pronuncian al calor del aniversario (que toque) de su muerte, cuando los periódicos y las televisiones dedican algunas páginas interiores, algunos minutos al final de un telediario quizás, a evocar con los habituales lugares comunes al autor de Rayuela. Recuerdan su biografía, añoran los fríos del París que eligió como destino para soportar el infinito peso de la vida. Lo recrean en sus amores y compromisos políticos. Cortázar, sin embargo, hace mucho tiempo que rompió el estricto encadenamiento de los escritores sudamericanos del boom, aquel viento que sacó de las redacciones a García Márquez, de la radio a Vargas Llosa y convirtió a su generación en paradigma de la literatura moderna en español.
El canon de fuego
Los poetas, como ocurre en casi todas las familias maltratas, acostumbran a hacer de sus controversias cuestiones de fe. Tienen una doctrina marcada a sangre: hablar siempre de sí mismos, de sus allegados, de sus amigos. De toda la fauna que pulula a su alrededor. Para eso son poetas. Un poeta, cualquier poeta, siempre se considerará el centro del arte de su tiempo o, en su defecto, de su ciudad. Es algo inevitable: no existe el poeta humilde. La historia de la literatura lo confirma, entre otras cosas, en relación a la (eterna) discusión sobre cuál es la mejor técnica para componer versos. Horacio o Víctor Hugo. Entre ambos anda la cosa.
Apuntes biográficos de Dios
Minnesota, el territorio del antiguo cinturón de hierro minero situado en la frontera entre Estados Unidos y Canadá. Un pueblo diminuto: Duluth. El Belén del Dios Robert Allen Zimmerman. Los padres: pequeños comerciantes judíos. Gente trabajadora y humilde que creía en el esfuerzo. Nunca imaginaron que su vástago sería como Picasso y cambiaría para siempre la historia de la música moderna. No es poco mérito: Dylan supo combinar en algo nuevo la herencia de la tradición popular –el folk– con la música de los negros del Sur –el blues–, y la literatura. Recuperó el estrecho vínculo medieval entre el texto y la música, dotando de una madurez inesperada a un arte que parecía condenado a ser adolescente.
El Quijote, la historia de un fracaso
En una de sus iluminaciones Juan Ramón Jiménez definió la esencia de lo clásico con estas palabras: “Clásico significa actual, es decir, eterno”. En 1597 un hombre de cincuenta años mal contados dio con sus huesos en una de las mortecinas mazmorras de la Cárcel Real de Sevilla. Entre sombras y durezas, colmado de hastío, comenzó con unas palabras aparentemente vagas una crónica sobre la decadencia de las pasiones humanas. Escribió una fábula dedicada al atributo más humano que existe: el fracaso. Un mal universal porque todos hemos sentido alguna vez derrumbarse los sueños, el cansancio que agarrota la espalda y el sabor del desencanto. La verdadera epopeya quijotesca no es más que esto: la carga melancólica de un hombre que contempla cómo sus ideales se difuminan.
