La palabra de moda en España es escrache. Un término de origen argentino con el que la Plataforma de Afectados por la Hipoteca ha bautizado las singulares acciones directas con las que pretenden presionar a los políticos para que reformen la ley hipotecaria española, cuyo marco conceptual procede del siglo pasado y tiene la indudable virtud de destruir la vida de los deudores –incluso la de aquellos que tenían fe en el sistema– a cambio de salvar las cuentas de resultados de los bancos y los bonus de sus ejecutivos que, como sabemos, forman parte de una élite de contrastados beneficios sociales y cívicos. Un derroche de virtudes.
Política
La parte que no es el todo
La metonimia es una figura retórica que consiste en dislocar los significados previsibles. Entre otras variantes, suele designar una cosa identificándola con una sola de sus partes. Sobre ella se sustenta una de las joyas de la literatura: la metáfora, que no es más que una metonimia excesiva; una disidencia en relación a la norma lingüística que sólo en el caso de los buenos poetas enriquece la mirada sobre las cosas. Toda metáfora descubre una realidad oculta. También revela la personalidad de quien la construye. Al menos, eso nos explican los estructuralistas (Jakobson), que definía su modus operandi con un hermoso término: magia por contacto.
El negocio de la desgracia
Cicerón, maestro de la oratoria latina, decía que la verdad se corrompe de dos formas: con la mentira y con el silencio. En el rosario de miserias que emergen estos días de la instrucción judicial del escándalo de los ERES en Andalucía, cuyo epicentro está en Sevilla, nunca el silencio y las mentiras han retumbado tanto en nuestros oídos. A la larga lista de intuiciones –presuntas– que hasta ahora nos habían deparado las diferentes piezas del caso se suma ahora la certeza de que todos estos hechos, lejos de ser meras anécdotas, conforman toda una categoría cuyo rango moral es igual a cero. Lo grave del escándalo de los ERES no es sólo el clientelismo, el tráfico de influencias, los excesos cometidos por sus principales protagonistas o el desprecio a la ley y al sentido común que demuestran muchos de los que la juez Alaya está enviando –con indicios verosímiles– a la cárcel. Lo trascendente es cómo, con todos estos ingredientes en el guiso del desconcierto, la ceremonia de la inmoralidad ha llegado a convertirse en un mecanismo casi perfecto, un sistema –depurado, incluso– que se nutre de la desgracia ajena para generar un inmenso negocio.
El ruido indígena
En Sevilla somos europeos sólo para lo que nos interesa: el dinero. En el resto de asuntos, especialmente los culturales, seguimos ejerciendo de indígenas. Esto es: no tenemos remedio. No sé si lo recordarán, pero durante la pasada campaña electoral de las municipales –la carrera hacia la cima de Zoido– una de las promesas electorales del ahora regidor consistió en adecuar las pautas de gestión municipal para que la ciudad fuera un destino recurrente de los programas de inversión europea. La idea no era ni mucho menos nueva. Pero no sonaba mal y era gratis. Mientras los fondos de cohesión de la UE durasen, Sevilla aspiraba a continuar captando parte de estas ayudas para financiar proyectos propios. Algo razonable y extraordinariamente importante en un contexto de ruina económica sostenida. Que es en el que vivimos.
La deconstrucción municipal
Todos los indicios nos conducen por la senda del Armagedón. El Papa ha decidido renunciar –las discusiones de los católicos al respecto son estériles; ellos mismos consideran que Su Santidad es infalible, lo que anula controversia alguna– y los meteoritos del espacio exterior han empezado a caer con estrépito sobre la otrora tierra de infieles, Ucrania, ahora convertida a la fe ortodoxa tras décadas de sufrir el comunismo, esa religión (materialista) de los ateos. Si es realmente o no el fin, lo veremos pronto, pero las señales no dejan lugar a dudas: en Sevilla cada vez que los de siempre piensan en montar una nueva verbena cofrade el cielo amenaza lluvia. Dios, probablemente, ha dejado de estar con nosotros. Quizás le hayan aplicado (a él también) la reforma laboral y anda en la cola del Sepes, antiguo Inem. Mientras todos estos signos anuncian un posible apocalipsis, el Gobierno de Rajoy ha decidido –por fin– sacar de la caja de los secretos la reforma de la administración local. En su contexto, es más o menos similar al final de los tiempos. Al menos, para los ayuntamientos.
