Una de las cosas más enternecedoras de la política indígena, sobre todo desde que los grandes patriarcas autonómicos cedieron (a medias) el sitio a sus herederos, porque en la Marisma las canonjías ni se trabajan ni se conquistan, sino que se legan, es la costumbre que tienen algunos de nuestros próceres para que todos les llamemos por su nombre familiar, aunque –Deo gratia– ninguno seamos de su familia, ni de su entorno. El Reverendísimo Bonilla obliga a que se le llame Juanma, en lugar de Juan Manuel; a Su Peronísima (reducta), que no es ninguna Rosa, en Madrid le llaman Susanita y hasta le cambian el apellido –Díez por Díaz– y al jefe de IU en la República Indígena se le denomina Toni, cuando su verdadero nombre es Antonio Valero (Madrid, 1981). Crátilo, en el famoso diálogo de Platón del mismo nombre, declara que quien conoce los nombres también conoce las cosas. Así que podemos considerar el diminutivo del jefe de la escuadra comunista meridional como una declaración de principios.
El Bestiarium en El Mundo.
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