La memoria, en política, es un estorbo. Pero en periodismo, que en cierto sentido es el arte de entender el presente, entre otros factores gracias a la pervivencia del pasado, es una herramienta utilísima. Insustituible. El pretérito no está muerto; reverbera en nuestros días. Basta ver las veces en las que el socialismo indígena ha vivido el drama (shakespeareano) de Julio César, asesinado por sus propios tribunos. Las conversiones rara vez son sinceras, sino interesadas. En los años noventa hizo historia la súbita caída del caballo de Manuel Copete, uno de los infanzones del guerrismo sevillano, la cofradía del Señor de los Viernes que los cándidos consideran un intelectual –y que quizás hasta lo sea dado el nivelito del personal–.En horas veinticuatro, el susodicho, vicepresidente de la Diputación, plantó a sus camaradas para pasarse a las filas triunfantes del felipismo. Su cambio de orilla le valió un apodo mítico -Copete, el turborenovador– y le permitió continuar recibiendo durante muchos años más una generosa soldada de las arcas públicas.
El Bestiarium en El Mundo.
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