Zoido vuelve. ¿Es que se había ido a algún sitio? En realidad, y pese a las apariencias, nunca había estado. El alcalde de Sevilla, que llegó al poder tras una campaña electoral perpetua de cinco años, no ha sabido ralentizar a tiempo la rueda política y, dos años y medio después de irrumpir en la Alcaldía con brío épico, se encuentra ahora con que tiene unas elecciones municipales a la vista –dentro apenas de un año largo– mientras deja detrás suya el fracaso mayúsculo de haber devuelto al PP andaluz en una posición secundaria dentro de la política autonómica. Toda una paradoja si se tiene en cuenta que Javier Arenas ganó las elecciones regionales, aunque sin mayoría suficiente para gobernar.
Después de su extraña aventura parlamentaria, en la que se metió voluntariamente, por mucho que sus exégetas de salón digan que lo hizo por obligación de sus superiores orgánicos, la realidad se ha impuesto y el regidor saldrá a corto plazo de la presidencia del PP andaluz sin haber mantenido unido ni a su partido ni ser ya una alternativa creíble frente a un PSOE horadado por la corrupción, los lobbies y los intereses de sus distintas familias, ahora hipnotizadas por el susanismo triunfante. La ciudad lleva dos años largos sin alcalde efectivo, por mucho que Zoido se haya mantenido visible en los desfiles procesionales, vaya a determinados actos protocolarios y acuda a los plenos. Faltaría más. Por otro lado, estar no es lo mismo que gobernar. Son cosas distintas. A veces, incluso opuestas.
Zoido vuelve a la política local más por obligación que por devoción. Está por ver si su salida de la presidencia del PP andaluz se traduce también en el abandono del escaño parlamentario en las Cinco Llagas, cosa que parece improbable, aunque sería lo más conveniente para sus intereses inmediatos. De lo que no cabe duda alguna, de cualquier forma, es que este regreso está motivado por las (malas) encuestas. Los sondeos internos del PP no garantizan una victoria clara y nítida en las próximas municipales. Tampoco auguran una derrota. Están justo ahí: en ese punto intermedio que es el territorio incierto del azar, que lo mismo puede permitir su permanencia en la Alcaldía durante otros cuatro años que un sonorosísimo batacazo. Y ya se sabe: no hay nada que preocupe más a un político que la incertidumbre. La carrera política del alcalde está marcada ahora por la incógnita de la reválida al igual que en su momento estuvo impulsadas por el viento que llevó a Rajoy a la Moncloa.
¿Cómo se ha llegado a este punto? ¿Cuál es la causa por la que después de asombrar a propios y extraños con 20 ediles su permanencia en el poder vuelve a ser hipotética? Factores hay muchos, aunque casi todos pueden resumirse en una frase: Zoido ha perdido demasiado el tiempo en lo anecdótico sin centrarse nunca en lo esencial. Esta semana Sevilla se ha despertado con la noticia de que Málaga ha conseguido la primera franquicia exterior del Museo Pompidou. Una buena noticia para la capital de la Costa del Sol que en Sevilla tiene un matiz amargo. No tanto por la habitual envidia –inexistente en el caso de Sevilla en relación a Málaga, constante en la situación contraria–, sino porque justamente esto mismo fue una de las cosas que Zoido prometió durante la campaña electoral: convertir el mercado de la Puerta de la Carne en una suerte de Pompidou sevillano.
Al final, Málaga se ha llevado el gato al agua, al igual que pasó con la colección Thyssen, mientras el regidor sevillano vende como logro cósmico la apertura de mercados gourmet cuyos precios, probablemente, serán bastante superiores a los que se puede permitir una familia media. Zoido orienta su mensaje hacia la parte más intestinal de Sevilla mientras Málaga busca vínculos con el mundo de la cultura internacional, tarea esencial para potenciar el turismo de calidad. En la Costa del Sol ya cuentan con el Museo Picasso y, ahora, con la réplica menor del Pompidou. En Sevilla seguimos con el Museo de Bellas Artes sin ampliar, con el Arqueológico sin presupuesto cierto, con El Carambolo en una caja fuerte y con las Atarazanas varadas por el capricho personal del propio regidor, que prefirió destruir el proyecto existente a autorizar una rehabilitación bendecida por la Comisión Provincial de Patrimonio. Los antiguos astilleros de Sevilla siguen varados y sin proyecto gracias a su proverbial intervención.
En dos años de mando Zoido sólo ha sido capaz de jugar a ser promotor de grandes superficies comerciales, tenista y casamentero. Su gran apuesta cultural –las Santas de Zurbarán– fue un absoluto fracaso si tenemos cuenta que el número de visitas resultó muy discreto en relación a las expectativas políticas depositadas en el experimento. Su único mensaje es que la Junta bloquea las iniciativas de Sevilla, un discurso infantil que obvia el hecho objetivo de que ninguna de las propuestas municipales han sido planteadas con respeto a la legislación vigente o en base al sentido común, sino como meros arietes interesados en una confrontación institucional que no interesa más que a sus instigadores. Ahora, por ejemplo, vuelve a intentarlo con el Metro, a sabiendas de que no hay margen presupuestario justamente por decisión de Madrid.
En una ciudad con mucho más paro que cuando llegó al poder, a nadie le importa demasiado quién tenga la razón en esta peleíta –por decirlo a la manera del cura Chamizo– ni si el alcalde pone cara de víctima y va por ahí diciendo aquello del lema de la ciudad. “Es que no me han dejado, oigan”. Es cierto que las perspectivas económicas no han sido buenas en ningún momento. Pero también lo es que, en lugar de afrontar la realidad, explicarla y tratar de hacer lo preciso para que la ciudad funcione, Zoido se ha dedicado a contentar a la caverna sevillana –amante de las farolas y el paso racheado por La Campana–, dedicarse a la prensa rosa y a los boletines cofrades, casar a su hijo y tratar de convertir en atractivo turístico las zambombas navideñas y hasta los ensayos de las bandas de cornetas y tambores. Incluso su apuesta (impostada) por el Patrimonio resultó pobre e inverosímil a ojos de una ciudad que, aunque refractaria a la arquitectura moderna, en el fondo sabe que la estampa que algunos nos venden no es más que un decorado de los hermanos Quintero.
El retorno del alcalde a las lides propias de su cargo, que nunca debió abandonar, tiene un evidente sesgo electoralista, más que institucional. No vuelve para gobernar, sino para poder seguir haciéndolo aunque, en realidad, desde el primer día que llegó a la Alcaldía no haya hecho otra cosa más que rehuir la responsabilidad que le otorgaron los sevillanos. En la última reunión de su partido, al anunciar que iba a dejar la presidencia del PP andaluz, dijo: “Quiero ser el alcalde de Sevilla. Eso para mí es sagrado”. Parece una frase indiscutible y honorable. Probablemente lo es. El único problema es que Zoido es realmente el alcalde desde hace dos años. Salvo para leer los discursos que le ponen por delante, parece que todavía no se ha enterado. Una lástima para sus aspiraciones políticas. Y, acaso, una bendición para una ciudad que jamás ha tenido suerte con los regidores que le han tocado en suerte.
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