Es seguro. Casi ninguno respondería si nos oyeran decir su nombre. Por prevención ante la ley o por una simple cuestión de carácter. Lo suyo era otra raza. Mejor usar un mote, un apodo. Ser apenas una sombra. Dioses negros encarnados en la piel de sencillos aparceros, jornaleros, contrabandistas. Buscavidas, balas perdidas, vagabundos. Carne de cañón. Su origen exacto no siempre está claro. Su pasado acostumbra a ser difuso, cuando no inquietante. Mejor así: todo facilita la leyenda. Procedían de un mundo antiguo, comunal. Viejo y raro. Trasterrado, reinventado una y mil veces en otros espacios: las cabañas de las plantaciones, las celdas de los presidios, oxidadas estaciones con trenes herrumbrosos a punto de salir, decrépitos almacenes de ladrillo roto, depósitos de material desfasado.
Archivo de mayo 2017
¿Primarias? ¿Para qué?
Lo diremos en términos coloquiales: la bajona entre los susánidas es notable. Podríamos decir más: es mayúscula. La guerra de las apariencias, en la que Su Peronísima confiaba, se ha saldado en su contra. En esto hay unanimidad. El militante Sánchez, con sus 53.692 avales, puede convertirse en Macron si gana o, si pierde, crear una alternativa al aparato. La mera posibilidad de que esto suceda ha destrozado el optimismo de los partidarios del susanato, que temen -en el Mediodía y extramuros- que su apuesta en favor de la Reina (de la Marisma) termine costándoles el cargo, el coche oficial, el iphone y la familia. ¡Oh, pavor!
Las Crónicas Indígenas del sábado en El Mundo.
Las fiestas de Bizancio
Los costumbristas indígenas suelen proclamar, sin excesivo sustento histórico, que Sevilla es igual que Roma. Nosotros siempre la hemos visto como una réplica de Nápoles. E incluso como trasunto de la Siracusa siciliana, aunque en ocasiones nos recuerde bastante a Bizancio. Por supuesto, esta última asociación nada tiene que ver con el esplendor de la antigua capital del Bósforo -el Guadalquivir no da para tanto- ni tampoco con influencia oriental alguna. Se refiere únicamente a la paupérrima calidad de sus debates oficiales, que acostumbran a versar sobre cuestiones bizantinas. Tenemos un ejemplo en la última polémica sobre las dimensiones temporales de la Feria, el gran logro vacuo del alcalde Espadas, el actual. Siguiendo el patrón previsible, los ayatolás y sus monaguillos replicantes protestan porque -sostienen- la Feria, con la ampliación, ha perdido su esencia, pasando de ser una fiesta privada a convertirse en un parque temático para el turismo. Los farolillos que perdimos and all these stuff.
La Noria del miércoles en elmundo.es
Heredia, el desahogado
La sinceridad debería ser un mérito en política. Pero, como vivimos en una sociedad esencialmente hipócrita, se valora como un defecto. Claro que una cosa es ser franco y otra, distinta, es convertirse en un perfecto desahogado. Miguel Ángel Heredia, jefe de los socialistas malagueños, encaja a la perfección dentro de este último grupo: no es que diga lo que piensa, que sería lo honesto, es que no piensa demasiado lo que dice. La cosa es peor. Aunque también tiene sus ventajas: probablemente esta circunstancia explique su condición de comisario del peronismo rociero© en el grupo del PSOE en el Congreso.
Los Aguafuertes del lunes en Crónica Global.
El anarquista spenceriano
Lo dice Santiago, uno de los platicadores de Conversación en la Catedral. “Es lo mejor que le puede ocurrir a un tipo: creer en lo que dice, gustarle lo que hace”. O quizás sea lo peor, según lo que suceda a su alrededor. Como escribió Truman Capote, “cuando Dios le da a uno un don, también le otorga un látigo. Y el látigo es únicamente para poder autoflagelarse”. Dicho de otra forma: no existe el éxito sin esfuerzo. No hay utopía sin decepción. A Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936) el Premio Nobel se le ha aparecido con 74 años, en el tramo postrero de su vida. Aunque, al contrario que Cervantes, sin tener el pie en ningún estribo. Nada extraño en el caso de un escritor que acostumbra a creer, sin dogmatismos pero con firmeza, en aquello que declara. Que disfruta, más que con los honores y los galardones, con la esencia de su oficio: el hecho de escribir.