En su célebre Comedia, traducida al español por el gran José María Micó, Dante sitúa a los traidores junto a Satanás, en el noveno –y último– círculo de castigos del Infierno. Allí purgan sus pecados contra Dios, la patria y la familia –seleccionen el concepto que más les guste– los asesinos de Julio César, Bruto y Casio. También está Judas, el discípulo infiel que vendió al Mesías por treinta viles monedas de plata, que es torturado sin descanso por Belcebú. El poeta enuncia en el canto 32 de su poema una alegoría del mundo cuya topografía adopta el nombre de los grandes delatores de la historia: el Caín del Génesis, Antenor, de la Ilíada, y Ptolomeo, aquel gobernador de Jericó que tenía la costumbre de matar a sus huéspedes. Todos son seres moralmente despreciables. Y sin embargo, al mismo tiempo, pueden ser considerados héroes si en lugar de asumir el relato oficial de la historia los miramos desde su reverso.
Archivo de enero 2020
¡Saquen las manos de la escuela!
Lo mejor que puede hacer un político por la educación pública es abstenerse de pisar una escuela. Los institutos y los colegios, en términos civiles, deberían ser espacios sagrados donde se enseñe a pensar con libertad y se practique el sentido crítico -el derecho a cuestionarlo todo mediante la argumentación racional- sin caer en la tentación, inherente a cualquier poder terrestre, de adoctrinar a los que espera que, antes o después, se conviertan en sus súbditos. La polémica por la implantación del pin parental, desatada como preámbulo de la legislatura polarizada y conflictiva que nos espera, en la que se van a librar batallas que ya parecían superadas pero que ahora se reavivan por intereses partidarios, ha provocado una grieta (política) en el Gobierno de la Marisma. Su dimensión exacta todavía es incierta.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
La política contra las togas
Una de las prácticas políticas más antiguas que existen consiste en disfrazar la realidad, atenuándola o exacerbándola, mediante las artes del lenguaje. La oratoria, ciencia aplicada de la retórica, es el origen de esta tradición que busca seducir, persuadir o convencer a través de las palabras. Por desgracia, es una disciplina que ya no se practica ni en los colegios ni en la vida pública, donde escuchar un buen discurso –con argumentos– se ha convertido en una anomalía exótica. Lo que ahora se llevan son los argumentarios (comerciales) para las mentes simples y las neolenguas que practican las sectas de lo políticamente correcto. Los políticos, como es sabido, mienten en todas las variantes posibles: faltan a la verdad, la enuncian a medias o sencillamente la evitan, según conveniencia. Por eso resulta vital, si uno quiere ser un ciudadano digno de tal nombre, cuestionarse los términos con los que desde el poder nos bombardean a diario. El nuevo Gobierno, nacido de un acuerdo indeseado por sus propios protagonistas, pero que ha terminado imponiéndose ante la debilidad de todos, se define como “progresista”. En realidad, es un Ejecutivo liberal porque, como ya demostrara Pessoa en El banquero anarquista, la mejor forma de ejercer de ácrata es tener dinero. No hablamos, por supuesto, de liberalismo económico –con Montero al frente de Hacienda la ecuación siempre es la misma: más impuestos y peores servicios públicos–, sino de apertura mental.
Los Aguafuertes en Crónica Global.
La identidad (cultural) del Sur
El primer rasgo de la cultura andaluza, para espanto de quienes todavía vinculan la identidad social con el ejercicio de la creación individual, es que no existe. Es una ficción. Esto, que puede parecer una provocación porque cuestiona el principio sobre el que se ha construido el relato oficial de la gran autonomía meridional de España, resulta una evidencia: si hay un denominador entre las diferentes expresiones culturales que tienen su origen en el Sur es la voluntad de que su influencia no se limite al lugar de donde surgen. El fuego del hogar, origen de las civilizaciones ancestrales, y cuyo imaginario sigue presente con fuerza en la cultura de Andalucía, explica la historia, pero no el presente –y tampoco el porvenir– de las formas de sentir que se practican en sus ocho provincias, que a su vez se subdividen en distintos universos: rurales unos, urbanos otros; litorales y de interior, orientales y occidentales.
Un artículo para el Suplemento Cultura/s de La Vanguardia.
Días y versículos
No existe una tarea intelectual más difícil –y usamos este término de forma plenamente consciente– que escribir con sencillez y honestidad retórica. En el ejercicio de la escritura, esa condena de galeotes, lo más natural, paradójicamente, es aquello que no lo es: caer (sin remedio) en el pecado mortal de la grandilocuencia. Quienes no están acostumbrados a enfrentarse al papel en blanco con una actitud profesional tienden en cuanto se presenta la más mínima ocasión –o la obligación– a ponerse estupendos, venirse arriba de inmediato y adornarse en exceso. Suele pasar, sobre todo, cuando uno cree que va a decir cosas trascendentes. El resultado es una prosa con sobrepeso, incapaz de coger el vuelo (incluso con el viento a favor), que no fluye y que, para colmo, envejece mal. Siempre. Si repasamos la nómina de los supuestos grandes estilistas de nuestra literatura más reciente, esta ley se cumple de forma inmisericorde: muy pocos de ellos son legibles pasadas unas décadas. Unos, porque en realidad nunca fueron buenos; sólo lo parecían. Y otros, porque obviaron que con el transcurso de los días el lenguaje cambia –igual que nosotros– para siempre, convirtiendo en añejo lo que se creía novedad. De ahí que muchísimos escritores que en su día fueron criticados (sobre todo por sus propios contemporáneos) por escribir de forma deficiente sean los que mejor han soportado el desgaste de los años. Es el caso de Baroja. O también el de Roberto Arlt, escritores plebeyos que decían lo que sentían sin detenerse en adornos o imposturas, buscando la fuerza de la sinceridad y la expresión que brota espontánea, clara y diáfana.
Las Disidencias en #LetraGlobal.