Cuentan las crónicas que en los años dorados de Buenos Aires, aquellos años de principios del siglo pasado y lustros consiguientes, cuando la ciudad y hasta el suburbio al que tanto cantó Borges todavía miraban con anteojos en dirección al París de la época modernista, las librerías porteñas, esos templos culturales de Corrientes, Florida, Santa Fe, fueron las parroquias en las que los drogadictos de la lectura se mezclaban con los amantes de lo noctámbulo, los legionarios del vicio y los apóstoles de la falta de sueño, siempre buscando, no se sabe muy bien exactamente qué –o quizás se sabe demasiado bien– por las esquinas.
Linajes policiales
El alcalde está de subidón. Por lo que leemos en la competencia, y tomando todas las cautelas necesarias, da la impresión de que cree que su primer trimestre ha sido un éxito: el regidor malagueño come prácticamente en su mano, a Ella le encanta tenerlo de acompañante en los actos institucionales, la oposición sestea y quienes hasta hace nada decían que no tenía liderazgo ahora lo llaman discreto y acuden a pedirle el dinero de todos. Basta controlar un presupuesto para que los fenicios cambien de criterio, cosa que sólo es posible si se carece del mismo.
La Noria del sábado en El Mundo.
Arellano, ser bifronte
El peronismo rociero tiene un extraño sentido de la ironía a la hora de ponerle nombre a sus consejerías. No sé si para Ramírez Arellano (Antonio) es peor presentarlo como consejero del Conocimiento o que lo esté investigando el TSJA por prevaricación. Puede que ninguna de ambas cosas, si relatamos algunas de sus hazañas al frente de la Hispalense, cuyo rectorado abandonó, a pesar de la caricia de los terciopelos almagrados, en horas veinticuatro el mismo día que recibió la llamada de Ella, que llevaba años esperando.
Las Crónicas Indígenas del lunes en El Mundo.
Suma de pronombres
Alternar poesía y prosa en un mismo libro es –dicen algunos– un suicidio. Julio Cortázar, por tanto, debió ser un tipo con vocación de difunto que insistía en buscar el fondo del abismo, porque nunca dejó de hacerlo. En uno de sus textos menos conocidos –Salvo el crepúsculo– mezcla ambos códigos y, como acostumbra, sale triunfante, sin aparentar esfuerzo alguno. Advertencia rápida para osados: no es un libro fácil. Cortázar no ha sido nunca un escritor de mayorías: es amable con sus lectores pero los obliga a ascender una montaña por un itinerario que nunca es la línea recta. Las digresiones le sirven para demostrar su extraordinario domino del lenguaje –del acervo, como le llaman en el Río de la Plata– y ensayar el pulso sin límites con el que escribió hasta que una leucemia provocada por una transfusión equivocada nos dejó sin él y sin el frenillo con el que hablaba en el mismo francés de Baudelaire, traductor de su admiradísimo Poe, a quien también interpretó a su manera.
Los impuestos bizantinos
De todos es sabido, y en caso contrario es que tienen ustedes un mal bachillerato, que los liberales odian los impuestos y los socialdemócratas los adoran hasta que se convierten, más pronto que tarde, en liberales-sociales. Quienes los pagamos, que somos todos los demás, nos oponemos, sin mucho éxito, por lo mismo que Proudhon criticó a la propiedad: porque son un robo.
La Noria del sábado en El Mundo.
