A don Ramón le han puesto esta semana una bufanda, que no corbata, atuendo considerado burgués y aristocrático, para celebrar el Día Mundial de Teatro. Don Ramón, esteta gatuno, altivo y desdeñoso, miraba siempre por el pueblo, por lo que elegir para él una bufanda es más acertado que cualquier otro ornamento textil. La bufanda, ya se sabe, tiene más literatura (decadente, mayormente) que la corbata, que tan sólo es un triste colgajo de elegancia reaccionaria. La bufanda, en cambio, tiene mucho de bohemio, como si el tejido fuera una suerte de anacronía laica. Vamos, que lo de la bufanda queda mejor en el caso de un viejo escritor, como es el caso.
Disidencias
Evocación del poeta Martí
Se recuerda estos días al poeta Martí (José), el lírico cubano en el que unos han visto durante quizás demasiado tiempo tan sólo a una figura política y, por tanto, utilizable en el juego de devaneos en el que se ha convertido el arte de lo posible, que no es sino la lucha por el poder. Nadie se acuerda demasiado de su inmenso perfil como escritor. Un perfil que, como escribió Cernuda, sólo está apoyado en el aire. El motivo de estas conmemoraciones institucionales es el correspondiente aniversario de su muerte: tremendista, triste, descorazonadora para casi todo un continente. En realidad, carece de sentido recordarla: como todos los decesos, no tiene remedio. Cuestión diferente es convertirla en una oportunidad para reivindicar su literatura, desgraciadamente casi secreta.
En tierra de nadie
Los periodistas con formación y vocación literaria –que no son todos– siempre sueñan con esa quimera que se llama novela. Ambicionan dar el salto desde la división alimenticia (cada vez menos) del periodismo cotidiano al supuesto rango de oro de la literatura comercial, la gran narrativa con mayúsculas, que sigue teniendo la forma suprema del libro en papel. Esta maldición, que es como otra cualquiera, tiene una larga tradición al menos desde el siglo XIX. A Dickens y a otros muchos escritores realistas europeos y americanos las novelas que publicaron, enteras o por entregas, les permitieron mejorar, reformar y sublimar muchos de sus caprichos o incursiones periodísticas. [Leer más…] acerca de En tierra de nadie
La lista
Adjetivos destemplados, recelos, conspiraciones. ¿Quién tiene la culpa? La lista de la ministra. De rojo encarnado y abrupto pelo, Carmen Alborch, la encargada administrativa de la cosa cultural, elaboró en su momento una lista de escritores para pagarles el viaje a la Feria del Libro de París, un foro donde la literatura se hace copa a copa, canapé a canapé y con tópicos, bien sûr. Mayormente, un sitio donde la joven narrativa y poesía española estaba llamada a mezclarse con los gurús de los movimientos culturales, esos muchachos que viven de la ubre pública con una facilidad sólo comparable a su capacidad de adaptación cuando las trompetas del cambio político marcan un cambio de tercio. Todos a babor.
Fracasos en corto
“La primera condición para llegar a ser director de periódico es carecer de imaginación”. Lo dice Ignacio Carrión, periodista de enjuto trazo, en la novela con la que ganó –en su día– el Nadal: Cruzar el Danubio (Destino). Un texto en el que antes que la historia lo que brilla, extraña, incluso sorprende, es el estilo. Es de ritmo lento, plomizo, repetitivo. Carrión, buen reportero, escritor brevísimo, imprime a su prosa la cadencia de un percutor. La novela se asemeja más a un cuadernillo de reflexiones varias, un divagar de pensamientos fragmentarios, que a un relato redondo, cerrado. No hay puzzle narrativo, no existe el tono de las grandes epopeyas. No hay incandescencia.